Parecen el 'yin' y el 'yang', dos dirigentes con formas, modos de hacer y personalidades, no solo dispares, sino antagónicas.

El 4 de noviembre del 2002, Recep Tayyip Erdogan compareció por vez primera en Ankara ante los medios de comunicación tras la contundente victoria en las urnas de su formación política, el Partido para la Justicia y el Desarrollo(AKP) en las elecciones generales celebradas un día antes. Pese a que el AKP había logrado 363 de los 550 escaños en juego, enviando al retiro a toda una generación de políticos deformaciones laicas y tiznados de corrupción, el líder de los islamistas turcos se mostraba, en su primera comparecencia con la prensa, tímido, retraído e incluso nervioso. Hilaba fino, y medía hasta la última de sus palabras, reiterando a los presentes, muchos de ellos enviados especiales de medios extranjeros, que el futuro de su país se hallaba en Occidente, y más concretamente en la Unión Europea, a cuya élite bruselense aspiraba a ganarse.

Una década más tarde, en junio del 2013, ese mismo hombre, que había ganado elección tras elección, regresaba a su país tras un periplo por el norte de África para afrontar la más importante ola de descontento popular a su gestión como primer ministro, desencadenada a raíz de la pretendida destrucción de un pequeño parque en el centro mismo de Estambul en un proyecto urbanístico. Pese a las peticiones emitidas por dirigentes de la UE de que tratara de escuchar a quienes acampaban en las calles de Estambul y Ankara, pugnando, casi a diario, con el venenoso gas lacrimógeno disparado por sus fuerzas de seguridad, Erdogan se parapetó en la intransigencia, haciendo oídos sordos a las recomendaciones europeas, loando las bondades del contestado proyecto en la capital económica de Turquía, y acusando a "terroristas" y "fuerzas extranjeras" de fomentar los desórdenes. Optó por movilizar a sus seguidores y polarizar a la sociedad turca.

TENSIÓN EN LOS COMIENZOS DE ERDOGAN

El arranque de la gestión del partido islamista conservador y su líder, Erdogan, en el Gobierno turco estuvo rodeado de tensión y de allí la cautela de quien ocupa ahora la presidencia del país. El Ejército, que se considera a sí mismo garante de la secularidad del Estado turco, ya había abortado en 1997 el mandato de un correligionario de Erdogan, Necmettin Erbakan, del partido Refah, quien acabó siendo inhabilitado a perpetuidad por poner el peligro la laicidad.

El líder del AKP no pudo ser nombrado primer ministro inmediatamente tras su victoria en las urnas debido a sus problemas con la justicia por equiparar los "minaretes" de las mezquitas a las "bayonetas", tropezando en la misma piedra que Erbakan. Pese a todo ello, el propio jefe del Estado Mayor de entonces, el general Hilmi Ozkok, dió el plácet a la formación de un Ejecutivo islamista cuando declaró, dos días después de la jornada electoral, que las elecciones habían sido "muy democráticas y libres".

La musculada respuesta de Erdogan a las multitudinarias manifestaciones, casi 11 años después, visibilizó la pérdida de credibilidad de Erdogan como referente del islam político moderado, algo que, desde hacía tiempo, evidenciaban periodistas y militantes de derechos del hombre destacados en Turquía. La revuelta, que acabó convirtiéndose en un multitudinario alegato dehomosexuales, militantes izquierdistas y del medio ambiente contra las prácticas corruptas de la élite y las tentativas del Gobierno de islamizar la sociedad y crear una "generación pía", en palabras del actual presidente turco, fueron respondidas con la fuerza, y prácticamente ninguna de sus demandas fueron atendidas.

A esas alturas, la tolerancia del mandatario turco hacia las críticas ya se había reducido a su mínima expresión. Destacados periodistas de medios liberales y laicos eran incluidos en listas negras, y se les impedía acudir a actos y ruedas de prensa. Algunas afamadas reporteras y columnistas, como Ecce Temelkuran, del diario 'Habertürk', eran simplemente despedidas de sus puestos de trabajo por haber revelado escándalos como la masacre de Ulüdere, en la que aviones turcos mataron a 34 civiles que se dedicaban al contrabando con Irak y que habían sido confundidos con militantes del Partido de los Trabajadores Kurdos (PKK) grupo considerado terrorista por Ankara.