Daniel Grinback, el empresario musical que organiza los conciertos de Paul McCartney y los Rolling Stones en Argentina, no tiene duda: "Los argentinos pensamos en dólares". La dimensión de la moneda estadounidense en la deuda pública, las emociones y expectativas de la sociedad quedó nuevamente demostrada tras la devaluación de más del 25% del peso que siguió a la derrota electoral de Mauricio Macri. El presidente cargó la responsabilidad del desmadre en quienes votaron al peronista Alberto Fernández en unas primarias que enterraron su sueño de extender su Gobierno hasta el 2023. "Que el kirchnerismo se haga cargo de lo que generó", dijo, y ya quedó en la historia de las frases desafortunadas que se relacionan con las corridas cambiarias.

Hay que remontarse a la última dictadura (1987-83) para entender la sed de acaparamiento y especulación que involucra a menos del 10% de los habitantes y arrastra a todo un país. "El que apuesta al dólar, pierde", dijo en 1981 el ministro de Economía, Lorenzo Sigaut. Su voluntad de sostener su precio artificial resultó en vano. El peso argentino se derrumbó un 30%. "Les hablé con el corazón y me contestaron con el bolsillo", rezongó en 1988 el entonces titular de Economía, Juan Carlos Pugliese, impotente para contener la hiperinflación y el alza del dólar durante el primer Gobierno postdictatorial. El eclipse del presidente Raúl Alfonsín quedó asociado al rostro de Washington estampado en los billetes verdes.

Tres años más tarde, Domingo Cavallo, un funcionario de aquel régimen castrense reciclado en timonel de la economía del presidente Carlos Menem, fijó una paridad entre el peso argentino y el dólar. Predijo seis décadas de bonanza. La llamada "convertibilidad económica" ahondó la inercia de un sector social a "pensar en dólares". Total, valían lo mismo y eso se expresaba en los gastos suntuarios y turísticos. La paridad se pulverizó en diciembre del 2001 cuando Cavallo decretó el corralito financiero que terminó con la presidencia de Fernando de la Rúa.

PROMESA INCUMPLIBLE

"El que depositó dólares, recibirá dólares", garantizó el mandatario interino Eduardo Duhalde, al apenas asumir el cargo, en el 2002. Se trató de una promesa incumplible a corto plazo que enervó a los ahorradores timados. La presidenta Cristina Kirchner también tuvo sus dolores de cabeza con el dólar. Restringió su adquisición para no afectar aún más los desequilibrios económicos. Parte de la clase media se abrazó a la promesa de Macri de terminar con el "cepo" cambiario. La derecha ganó las elecciones del 2015. Al asumir, liberó el mercado que en estos días le hizo probar su propia medicina. Según el expresidente del Banco Central Martín Redrado, Macri dejó subir su precio a costa de la pérdida de reservas para dar una señal de escarmiento a los votantes. Numerosas empresas se han visto en aprietos. Los salarios se hicieron trizas. La ola de despidos aumentó. También la pobreza. Subieron los precios de los artículos importados y los billete de avión. Después de la sacudida, los ahorradores retiraron 700 millones de dólares de sus cuentas bancarias. El 2,3% de los depósitos totales. Temen un nuevo corralito.

Además de ser moneda de ahorro e inversión, inevitable para las transacciones inmobiliarias e incluso menudencias cotidianas, el dólar es a estas alturas en Argentina "un artefacto público de interpretación de la realidad económica y política que ningún ciudadano del país puede obviar". A esa conclusión han llegado Mariana Luzzi y Ariel Wilkis, autores de 'El dólar. Historia de una moneda argentina (1939-2019)', editado por Planeta. Los sociólogos han detectado cómo a través del tiempo ha crecido la obsesión colectiva. El mercado cambiario es en ese sentido una "brújula" para interpretar una coyuntura en contextos electorales, subraya Wilkis a EL PERIÓDICO.

Los días que restan hasta los comicios presidenciales del 27 de octubre transcurrirán con los ojos en las pizarras que reflejan las cotizaciones de la moneda de EEUU en pocas manzanas de la ciudad. La llamada 'city' es pequeña pero desmesurada en términos simbólicos.