Basta con observar las colas en los supermercados más económicos deRío de Janeiro para darse cuenta que algo no está bien en el bolsillo de los brasileños. Atraídos por las ofertas en artículos de primera necesidad, los cariocas no dudan en llenar el carro de la compra antes de que la inflación les arruine la dieta el mes que viene.

Si la crisis política es la que ha creado la discordia entre los hasta ahora poco politizados brasileños, la crisis económica es la que está agotando su paciencia. La frase "Brasil no será Venezuela" se ha convertido en un lema de la oposición.

La mayor economía de América Latina atraviesa por su peor crisis desde 1948 y la cosa parece ir para largo. Si el año pasado el PIB brasileño se redujo un 3,8%, en el año olímpico las previsiones del Banco Central de Brasil indican una caída del 3,5% y una inflación del 7,61%. No solo eso, sino que las consultoras financieras calculan que al menos 2,2 millones de brasileños perderán su empleo y que la tasa de paro en las principales ciudades del país rondará el 15%.

A cada nueva noticia de recesión los brasileños aumentan un poco más su enfado con el Gobierno de la presidenta Dilma Rousseff, un caldo de cultivo perfecto en el que la oposición y los especuladores financieros están haciendo su agosto. Basta un dato: el día en el que el expresidente Lula da Silva fue conducido ante la Policía Federal las acciones ordinarias de la petrolera semiestatal Petrobras aumentaron un vertiginoso 16%.

No solo eso, desde que el pasado 24 de febrero el Senado brasileño aprobase el Proyecto de Ley PL 131/2015, que acabará con la participación obligatoria de Petrobras sobre cualquier extracción de los 176.000 millones de barriles de crudo que albergan las reservas de aguas superprofundas del presal, la zona de la costa donde se encuentra el crudo, las acciones de la compañía en la Bolsa de Sao Paulo se revalorizaron en torno a un 48,2%o 10.345 millones de euros. Un negocio redondo para unos mercados financieros que ven en la crisis una oportunidad de comprar barato y que consideran a Petrobras como la “blue chip” del momento.

BONO BASURA

En el fondo, las expectativas de que un nuevo Gobierno acabe por privatizar la mayor compañía de Brasil es una oportunidad demasiado interesante como para dejarla escapar. A nadie parece importarle ahora el escándalo de corrupción o que las tres grandes agencias de calificación de Estados Unidos (Moody's, Fitch Ratings y Standard & Poor's) rebajasen recientemente la nota del crédito de la empresa al “bono basura”. Lo cierto es que, pese a quien le pese, Petrobras produjo una media de 2,5 millones de barriles diarios en 2015 y eso siempre será un buen negocio.

Consciente de la situación en torno a Petrobras, el senador delPartido de los Trabajadores (PT), Lindbergh Farias, no dudó en recordar recientemente los documentos revelados por Wikileaksen 2013. En ello se demostró como el 2 de diciembre de 2009 el por entonces candidato a la presidencia por el Partido de la Social Democracia de Brasil (PSDB), José Serra, prometió a la representante de la petrolera americana Chevron en Brasil, Patricia Padral, acabar con el monopolio de Petrobra en el “presal”. Curiosamente, Serra es el mismísimo autor de la PL 131/2015 y uno de los críticos más duros con el Gobierno de Dilma Rousseff.

El número dos del PT en la Cámara de los Diputados, Paulo Pimenta, emitió el pasado viernes una carta abierta a todos los brasileños advirtiendo del silencio sistemático de los medios de comunicación del país en torno a esta cuestión e insinuando que el objetivo final de laOperación Lava Jato y el escándalo en Petrobras no sería otro que arruinar la petrolera para venderla al mejor postor.

Incluso echó mano al artículo del 'Washington Post' en el que se explicó como el juez Sergio Moro, instructor de la Lava Jato en la Justicia Federal, recibió un curso de formación en Estados Unidos financiado por el Departamento de Estado americano en 2007. Sea o no,una teoría de la conspiración usada por los políticos, Petrobras pasó de ser el orgullo de los brasileños a estar considerada el principio y el fin de la mayor crisis económica, política y social de la historia de Brasil.