El martes, un grupo de enfermeras se concentró frente a la Casa Blanca para protestar por la desprotección con que afrontan su trabajo en los hospitales atendiendo a los pacientes de covid-19. Separadas por distancia de seguridad y cubiertas con mascarillas, blandieron fotografías de sus compañeros muertos y recitaron uno a uno los nombres de medio centenar. Como ha sucedido en otros países, las carencias de equipos de protección personal y estrictos protocolos de seguridad ha convertido muchos hospitales de Estados Unidos en focos de contagio. Más de 9.000 trabajadores sanitarios se han infectado.

Cada día pesa como un saco de piedras. Y Sarah King ha perdido la cuenta de las lágrimas que ha derramado. Trabaja en el servicio de emergencia del Medstar Washington Hospital Center, el mayor centro sanitario privado de la capital del país, con más de 900 camas. Al volver a casa cada día, se pasa parte del trayecto llorando y muchas noches se despierta con pesadillas pensando que ha contraído el covid-19.

«En el hospital es diferente porque estoy siempre ocupada, pero al salir arrastro esta tristeza que no me deja y que por momentos me paraliza», dice esta jovencísima enfermera tras manifestarse frente a la Casa Blanca. King está asustada. Sus compañeros se están contagiando en cantidades considerables y al menos uno ha muerto.

«No tenemos suficiente protección. El hospital se ha quedado sin mascarillas N95 y las están sustituyendo por otras de peor calidad», dice. También les han quitado la protección de los pies y las cofias. En otros hospitales se pide a los profesionales que reutilicen durante días las mismas mascarillas, según el National Nurses United, el principal sindicato de enfermeras del país, organizador de algunas de las protestas.

Los números en Washington dibujan una situación estable: 2.800 contagios y 96 muertes entre una población de 700.000 personas. En muchos caso, la prueba solo se hace a quien necesita hospitalización.

«El número de contagios es engañoso», asegura Daniel Smith, médico de familia en una clínica de Washington sin ánimo de lucro. «Por mi experiencia diría que son hasta tres o cuatro veces más altos». También las voces que salen del mayor de sus hospitales describen un panorama bastante más angustioso. «Las ucis están llenas. Tenemos a pacientes graves en los pasillos y las salas de espera. Los supervisamos, pero no entran hasta que están muy enfermos. Estamos teniendo que elegir», dice Coleen Ransahoye, enfermera de cuidados intensivos.

También se está atendiendo a pacientes de covid-19 en habitaciones sin presión negativa (estancias con un sistema especial de filtrado de aire) y ni siquiera hay suficientes pruebas de diagnóstico para los sanitarios y los empleados del hospital. «A nosotras no se nos hace la prueba hasta que tenemos síntomas, cuando deberíamos ser la prioridad. De otro modo no podemos proteger a los pacientes ni a nuestras familias», señala Ransahoye. Para médicos y enfermeras, la distancia de seguridad es un lujo imposible. «¿Cómo vas a mantener la distancia cuando tienes que resucitar a un paciente?», dice.