Sobre el escenario, Michael Moore se calienta, gesticula y dispara con la misma acidez que impregna sus documentales. El cineasta lleva días en Iowa haciendo campaña por Bernie Sanders, el candidato socialista que promueve una «revolución política» para conquistar la Casa Blanca en noviembre. El pasado viernes descargó toda su indignación contra el aparato del Partido Demócrata, horas después de que cambiara sus reglas para permitir que el multimillonario Michael Bloomberg pueda participar en los debates televisados. «Ya tenemos bastante con Trump, los bancos y las corporaciones para que vengan a por nosotros estos demócratas comprados», dijo el cineasta en un mitin en Clive ante unas 1.500 personas. «Están asustados», añadió.

El senador por Vermont, de 78 años, ya estuvo a punto de arrebatarle la nominación a Hillary Clinton en el 2016. Y en estas primarias no solo se ha situado codo con codo con Joe Biden en las encuestas nacionales, sino que aventaja al resto de sus rivales en Iowa y Nuevo Hampshire. Una victoria de Sanders en ambos estados catapultaría su candidatura, algo que inquieta al establishment demócrata, que le ve demasiado radical para batir a Donald Trump y una amenaza para su universo de grandes donantes. «Los demócratas recuperaron la Cámara de Representantes el 2018 ganando en muchos suburbios conservadores. El miedo es que Sanders asuste a los votantes moderados», dice el historiador Michael Kazin.

Uno de los primeros ataques preventivos partió de Clinton. «No le gusta a nadie, nadie quiere trabajar con él», dijo en un documental aún por estrenar. Desde entonces la música se repite entonada por congresistas, estrategas demócratas y organizaciones centristas. También los aliados de Israel se lanzan irónicamente contra el primer candidato judío con serias opciones de competir por la presidencia. Sanders ni si quiera es propalestino, pero ha censurado las «masacres en Gaza», ha llamado «racista» a Netanyahu y aboga por una solución justa al conflicto.

JUEGO SUCIO / De lo que no hay duda es de que es un candidato osado. Kazin lo llama «el más radical de la historia moderna» demócrata. Aboga por una sanidad pública universal, universidades gratuitas, salario mínimo de 15 dólares o un Green New Deal una economía sostenible. Ideas que se ven como utopías que arruinarán el país.

Su retórica destila cierta lucha de clases. Como Elisabeth Warren, la otra candidata de la izquierda, Sanders cree que el dinero de Wall Street y la gran industria ha corrompido la democracia estadounidense.

La incipiente ofensiva del establishment es una reedición de lo que sucedió hace cuatro años, cuando el partido ya jugó sucio para minar su camino. Pero esta vez algunos de sus miembros han advertido que tendrá un efecto boomerang. Sanders tiene los seguidores más fieles, ha recaudado más que nadie y es el preferido de los jóvenes.