El niño salió del mar envuelto del dolor de la naturaleza. A Everton lo cubría el petróleo que quiso sacar con sus manos enguantadas en el cabo de Santo Agostinho, Itapuama, como si en esos diez dedos pudiera caber todo el desastre que se esparcía por las costas del nordeste brasileño. Los voluntarios que fueron a retirar los residuos de crudo incrustados en las rocas o mezclados con la arena tuvieron esa misma sensación de impotencia y perplejidad.

Casi noventa días después del desastre, Jair Bolsonaro tuvo algo que decir sobre el derrame que ha afectado a más de 300 playas a lo largo de unos 3.000 kilómetros. Y por primera vez, el capitán retirado fue tomado relativamente en serio por millones de personas. "Lo peor está por venir", dijo. Sus palabras suelen provocar rechazo entre intelectuales y científicos. Pero su predicción de "una catástrofe" ambiental "mucho mayor" coincidió con los temores de una comunidad estupefacta desde que las manchas negras comenzaron a aparecer en Paraíba a finales de agosto.

"Lo que llegó hasta ahora y que fue recogido es una pequeña cantidad de lo que fue derramado", ha reconocido Bolsonaro cuando la viscosidad tiño 77 municipios que representan el 40% de toda la costa atlántica. El Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (INPE) no descartó que el derrame se extienda hacia el sur y llegue a Río de Janeiro.

CALAMIDAD

Los militares fueron otra vez convocados para enfrentar una calamidad en la naturaleza. Unos 2350 uniformados participan junto con 15 barcos y tres drones de las tareas de limpieza y prevención. Hasta el momento se han recogido más de 4.000 toneladas de petróleo, equivalentes a lo que la estatal Petrobras produce en poco más de 10 minutos.

Las organizaciones ecologistas y la comunidad científica empiezan a hacer el inventario del desastre. Solo en el Parque Nacional Abrolhos, una de las principales cunas de la biodiversidad marina del Atlántico Sur, con sus santuarios de ballenas, fueron encontrados con vestigios del hidrocarburo decenas de animales, en su mayoría tortugas marinas. La mayoría han muerto. El archipiélago alberga algunos de los principales arrecifes de coral de la costa brasileña, incluidas especies en peligro de extinción. "Todo esto es una tragedia", dijo Gustavo Duarte, biólogo de la Universidad Federal de Río de Janeiro.

Las "bolitas negras del tamaño de una moneda", como las denominó el vicealmirante Silva Lima, trastocaron las rutinas económicas y turísticas de numerosas localidades. El mar las trajo una plaga oscura a balnearios como el de Suape, en el estado de Pernambuco. La gente no quiere comer el pescado. Teme intoxicarse. Los visitantes extranjeros se han reducido a la mitad. "No llegó ninguna ayuda para los pescadores", dijo uno de ellos, Ademar Senna. Las "bolitas" llegaron hasta los manglares para mezclarse entre los cangrejos y las ostras.

Las autoridades hablan de una "acción criminal" y señalan con su dedo a Delta Tankers Ltd, la naviera responsable del petrolero griego 'Bouboulina' que ha quedado en el centro de las sospechas. La compañía, que estuvo involucrada tres años atrás en un derrame en Rusia, ha asegurado que el barco en cuestión llegó a su destino asiático "sin registrar ninguna fuga". El Gobierno de ultraderecha no se pudo privar de convertir el desastre en otro campo de batalla ideológica. El ministro de medioambiente, Ricardo Salles, recordó que 'Bouboulina' derramó "petroleo venezolano" y, de paso, sugirió que un barco de Greenpeace había navegado en aguas internacionales frente a la costa brasileña. La organización ambiental rechazó la acusación y la consideró como una suerte de ajuste de cuentas de Salles con las críticas que recibe su gestión. Según la revista Piauí, se habrían necesitado al menos diez naves de Greenpeace para provocar solo los daños preliminares en el litoral.

INFIERNO EN LUGARES DE ENSUEÑO

La mancha negra se ha expandido por las costas que suelen ser promocionadas como lugares de ensueño al mismo tiempo que un incendio sigue azotando el Pantanal de Mato Grosso. El INPE calcula que 122 000 hectáreas se han quemado. La destrucción representa un área equivalente al tamaño de la ciudad de Río de Janeiro. Ane Alencar, investigadora del Instituto de Investigación Ambiental de la Amazonía (IPAM), dijo que los casi 400 focos de incendios están asociados a las mismas causas que arrasaron los bosques del llamado 'pulmón del planeta' meses atrás: la tala indiscriminada de árboles.

Días atrás, Paulo Paulino, indio de etnia Guajajara, fue asesinado en una emboscada de madereros. Paulino era un "Guardián del bosque", encargado de velar por el hábitat natural. Un reporte del Consejo Indigenista Misionero (CIMI), dependiente de la iglesia Católica, consigna que las invasiones de tierras indígenas en Brasil aumentaron 44% en los primeros nueve meses de este año y ya superan las registradas en todo 2018.