Las cacerolas sonaron por séptima vez consecutiva la noche del lunes en las principales ciudades de Brasil, donde el malestar con el presidente Jair Bolsonaro crece como la espuma. Hombres y mujeres que le votaron en las presidenciales del 2018 no dudan ahora en salir a los balcones a expresar su frustración al grito de «fuera» y «juicio político». Buena parte de la sociedad brasileña muestra su repulsa y espanto por las intervenciones públicas de un Bolsonaro que ha calificado el coronavirus de «fantasía» y «gripecita». Al mismo tiempo, sin embargo, ha intentado que el costo de la crisis económica derivada de la pandemia recaiga en los sectores sociales más desprotegidos.

Alentado por su gurú económico, Pualo Guedes, Bolsonaro autorizó el lunes que las empresas dejaran de pagar los salarios a sus empleados durante cuatro meses. La iniciativa provocó tanto rechazo que el Gobierno de ultraderecha tuvo que volver sobre sus pasos. «Desafortunadamente, las demostraciones de insensibilidad social y cretinismo político por parte del Gobierno ya no son sorprendentes. Sin embargo, la edición furtiva de una medida provisional que autorizó la suspensión de los contratos de trabajo aún muestra una alarmante discrepancia con las prioridades del país en la calamidad del coronavirus», señaló ayer el diario paulista Folha.

El capital político del presidente brasileño, un excapitán del Ejército, se evapora con el correr de los días a pesar de los esfuerzos de la ultraderecha en atiborrar las redes con mensajes en su defensa y señalar que todo lo que ocurre es parte de una gran conspiración china. Para la empresa de sondeos norteamericana Eurasia Group, Bolsonaro es el jefe de Estado más «ineficiente» del mundo en el combate contra la pandemia. Esa percepción es compartida por casi el 70% de los brasileños con educación superior, de acuerdo con la consultora Datafolha.

El diputado estatal Gil Diniz, del Partido Social Liberal (PSL, oficialismo), ha defendido a Bolsonaro en su pelea con los gobernadores estatales que decidieron decretar la cuarentena para mitigar los contagios. El presidente entró en cólera y Diniz le ha dado la razón. Ha dicho que se están exagerando las medidas de prevención. Después de negar que en Brasil existiera el racismo, Sérgio Camargo, presidente de la Fundación Palmares, creada precisamente para proteger a los afrobrasileños, ha minimizado el peligro del covid-19. «¡Es la mayor imbecilidad en la historia humana!», ha manifestado.

Los dislates oficiales no hacen más que enervar a millones de brasileños. Para Merval Pereira, columnista del diario carioca O Globo, Brasil vive una «comedia de errores» mezclada con un «populismo rastrero». Para la revista Isto é, el presidente es un «ignorante irresponsable». El mito, como lo llamaron sus seguidores en la campaña electoral del 2018, «parece mostrar signos de alienación y muestra que puede estar sufriendo, eventualmente, discapacidad y trastornos psicológicos». Según la revista, ante esta situación, el país debe saber «si el presidente puede continuar en el cargo o si debe ser destituido».

El Congreso ya ha recibido cinco solicitudes para abrir un proceso contra Bolsonaro y no se descarta que se presenten más. Se le acusa de atentar contra la salud pública por haber violado los artículos 267 y 268 del Código Penal relacionados con la propagación de epidemias y enfermedades contagiosas. El 15 de marzo, y a pesar de la catarata de infecciones, Bolsonaro participó en una marcha en favor del cierre del Parlamento y estrechó despreocupadamente las manos de quienes le saludaban y mostraban su apoyo. El diario Jornal de Brasil prefirió hablar de un «canalla virus» que no solo es trasmitido por el Gobierno de ultraderecha, sino por su base de sustento político y económico.