Brasil registró este viernes 1.327 muertes y 63.908 casos positivos de covid-19. El gigante sudamericano acumula 252.988 decesos y 10.457.794 casos positivos y atraviesa el peor momento de la pandemia, un año después de que se detectara la primera infección. Se trata del segundo país del mundo con más víctimas fatales, después de Estados Unidos. Hasta el momento, se han vacunado 6,4 millones de personas, el 3% de la población. El ritmo de la inmunización es más lento que el esperado. "Sin lugar a dudas, (Jair) Bolsonaro es un asesino potencial. Un capullo que no se cansa de pisotear cadáveres y sus dolientes. Un ser despreciable, incapaz de decir una sola palabra de consuelo el día que cumplimos un año de coronavirus en Brasil", señaló Ricardo Kertzman, columnista del semanario Istoé.

El Brasil de febrero de 2020, cuando un hombre de 61 años regresó a San Pablo procedente de Italia con síntomas de portar el virus se asemeja poco al de este presente pandémico. El sistema público de salud enfrenta su momento más difícil, con tasas récord de ocupación de camas de las unidades de cuidados intensivos (UCI) en casi 20 capitales. El pasado jueves fue el día más letal desde el inicio de la crisis sanitaria, con 1582 decesos en 24 horas. La cifra no sorprendió a los especialistas: durante las últimas cinco semanas se computa un promedio de 1000 óbitos diarios.

La "gripecita"

El Gobierno de ultraderecha enfrentó la crisis de manera errática. El presidente echó a dos ministros de Salud que cuestionaron su reticencia al confinamiento y la predilección por el uso de la cloroquina para tratar a los enfermos, a pesar de las recomendaciones contrarias de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Bolsonaro llegó a banalizar la pandemia al punto de calificarla de "gripecita". El hecho de haberse contagiado y curarse sin mayores complicaciones le permitió reincidir en la subestimación. El día en que se reportó una cantidad inédita de muertes, volvió a desafiar el sentido común al poner en duda el uso de las mascarillas. "No voy a entrar en detalles porque todo acaba en críticas hacia mí. Cada uno tiene su opinión, aguardamos un estudio más profundo sobre esto", dijo a sus seguidores en Facebook.

Bolsonaro priorizó el manejo de la economía por sobre la salud. El PIB cayó no obstante más de cuatro puntos. El paro alcanzó niveles récord del 14 %. El Gobierno tuvo que repartir subsidios millonarios entre la población socialmente vulnerable para mitigar los efectos de las restricciones. Pero esos beneficios se terminaron y han activado una bomba social.

El actual ministro de Salud es Eduardo Pazuello, un general sin experiencia en la materia. Observa casi impotente cómo avanza la segunda ola de la pandemia. En Brasilia, el Distrito Federal, solo quedaban este viernes cuatro camas de UCI. Las autoridades se vieron obligadas a tomar medidas drásticas para reducir la actividad en la capital. Se suspenden los eventos y las clases, además de los cines, teatros, centros comerciales, incluyendo bares, salones de belleza y kioscos. Los restaurantes también deben estar cerrados, con permiso para operar los servicios de entrega y recogida en el lugar. La venta de bebidas alcohólicas también está prohibida.

Crítica demoledora

El covid-19 ha matado en Brasil más que todo tipo de tumor (235.000 personas en 2019) y otras enfermedades del sistema respiratorio (162.000 mil). "El Gobierno tiene la mayor responsabilidad por las vidas cuyas pérdidas podrían haberse evitado", señaló el diario paulista Folha en su reciente editorial. La preservación de Pazuello en el cargo, añadió, "atestigua la indiferencia ante la epidemia desenfrenada. Ningún síntoma de incompetencia es más escandaloso que entregar 78.000 dosis de vacuna a la azotada Amazonia en Amapá, con más muertes por covid-19 en 2021 que en todo el año 2020". Para Folha, el motivo del fiasco radica en la escasez de vacunas, "ya que Bolsonaro se ha dedicado más a dudar de su seguridad y eficacia que a dar órdenes (de compra). Incluso en el punto álgido de la matanza, el presidente mantiene objeciones contractuales ridículas contra los proveedores".

La despreocupación oficial por el covid-19 tuvo como contracara una constante desobediencia colectiva de las medidas de confinamiento. "Nunca hemos hecho una distancia social decente, no hemos rastreado contaminantes para aislarlos y seguimos sin estar preparados para la vigilancia genómica capaz de detectar nuevas variedades del virus. Cometemos errores en todos los niveles de Gobierno y como ciudadanos", concluyó Folha.