El presidente francés, Emmanuel Macron, ha tenido este viernes un encontronazo con Polonia tras acusar a este país de situarse «al margen de Europa». Hungría ha retirado, también el viernes, a su embajador en La Haya después de que el embajador holandés en Budapest comparara las prácticas del Gobierno húngaro con las de «los terroristas musulmanes». El ministro de Exteriores húngaro aprovechó los atentados en Barcelona y en Finlandia para elogiar su criticada política de inmigración. Y la Comisión Europea ha pedido explicaciones a Rumanía sobre un cuestionable proyecto de reforma judicial.

Todos estos episodios han ocurrido en los tres últimos días y ponen sobre la mesa algo que resulta evidente desde hace un tiempo: la brecha política es cada vez mayor entre la Europa occidental y una parte de sus socios del este.

Cuando en mayo de 2004, 10 países de la Europa Central y Oriental ingresaron en la Unión Europea (UE) la euforia se apoderó del europeísmo oficial y también del más idealista. El telón de acero quedaba definitivamente enterrado y el viejo sueño de la reunificación de un continente roto por la segunda guerra mundial y por la guerra fría se hizo realidad.

LA AMPLICACIÓN

Polonia, Hungría, la República Checa, Eslovaquia, las tres repúblicas bálticas (Lituania, Estonia y Letonia), Eslovenia, Chipre y Malta se convirtieron entonces en miembros de pleno derecho del club de Bruselas. Tres años después, en 2007, se incorporaron Rumanía y Bulgaria, que habían negociado el ingreso al mismo tiempo que los 10 países citados pero en 2004 no estaban lo suficientemente preparados. Para la UE, la apuesta política era clara y estaba encarnada en su propio ADN, pero no estaba exenta de riesgos. Consumaba así la ampliación de mayor envergadura, desde todos los puntos de vista (territorio, población, número de países), de su historia.

Trece años después, obviamente nadie reniega de aquella opción estratégica y el balance sigue siendo positivo. Pero la discordia con algunos de estos socios es real. Los más díscolos son sin duda las euroescépticas Polonia y Hungría.

"COMENTARIOS ARROGANTES"

Macron realiza una gira por varios países del Este para ganar adeptos a favor de modificar una directiva de la UE que considera «dumping social». El presidente francés ha excluido a Polonia y Hungría del viaje y Varsovia dejó claro el jueves que no cambiaría su posición favorable a mantener la directiva como está. Y, como respuesta, Macron ha lanzado este viernes desde Bulgaria una diatriba sin precedentes contra Gobierno polaco.

«Polonia no define el futuro de Europa hoy y no lo definirá mañana. Europa se creó sobre la base de valores, relacionados con la democracia y las libertades públicas que Polonia hoy infringe. Polonia se coloca al margen de Europa y se aisla de Europa; el pueblo polaco merece algo mejor», ha afirmado el mandatario francés.

La respuesta del Gobierno polaco, no menos hiriente, no se ha hecho esperar. «Aconsejo al presidente que se concentre en su propio país y le pido que tenga en cuenta que el futuro de la UE no solo lo va a decidir Francia. (...) Quizás sus comentarios arrogantes son el resultado de la falta de experiencia [política]», ha replicado la primera ministra polaca, Beata Szydlo.

LOS TERRORISTAS Y EL GOBIERNO HÚNGARO

En otra categoría cabe situar el encontronazo diplomático que, también este viernes, han protagonizado Holanda y Hungría. El embajador húngaro en La Haya, Gajus Scheltema, que acababa su mandato, se despachó a gusto en unas declaraciones a medios húngaros, publicadas el jueves y hechas a modo de despedida. Scheltema arremetió contra el Gobierno de Viktor Orbán, con el que la UE lleva años enfrentándose a raíz de sus políticas populistas, xenófobas, y poco acordes con los principios elementales de las democracias europeas y con el Estado de derecho. Pero el diplomático holandés cruzó una línea roja cuando afirmó que «los terroristas musulmanes crean enemigos con la misma lógica que el Gobierno húngaro».

La reacción de Budapest fue ayer fulminante. El ministro de Exteriores, Péter Szijjártó, anunció la retirada del embajador húngaro en La Haya y dijo que no reconocerán a quien sustituya Scheltema. «El nuevo embajador que llegue a Hungría no será aceptado a ningún nivel, en ningún Ministerio o institución estatal, hasta que el Gobierno holandés dé una explicación oficial y pública», afirmó.

Tres días antes, el mismo Szijjarto había afirmado que los atentados en Barcelona y en Finlandia hacen buena su criticada política contra la llegada de inmigrantes y refugiados. «Hay que ver quienes son los que cometen estos actos: inmigrantes ilegales o personas que llegaron como inmigrantes y cuya integración ha fallado». Y calificó de «precoupante» la reacción de los políticos europeos. «Si decir que no les intimidarán es todo lo que pueden hacer, Europa está en peligro».