Los demócratas también quieren un cambio. Los mismos vientos que propulsaron a Donald Trump hasta la Casa Blanca en el 2016 han soplado en este inicio de las primarias demócratas para escoger a su candidato a la presidencia. El eterno recuento de los caucus de Iowa ha situado en lo más alto a dos candidatos de la periferia del partido que rechazan frontalmente al establishment o se ofrecen a regenerarlo con un cambio generacional y una retórica relativamente nueva. Esa segunda opción la encarna Pete Buttigieg, el más joven de todos los aspirantes, con solo 38 años, y la primera, Bernie Sanders, el más mayor de los contendientes con 78 años.

Esa conclusión se vio refrendada por el descalabro del caballo ganador del partido, un Joe Biden que quedó en el cuarto puesto. Los problemas para completar el escrutinio han ejercido de anticlímax en este inicio de la carrera demócrata, empañada por la torpeza y la desorganización de sus responsables en Iowa.

«Lo sucedido anoche es simplemente inaceptable», dijo el martes su presidente, Troy Price, a modo de disculpa. Dos días después de la votación todavía no hay resultado definitivo, aunque no se espera que el dibujo final cambie demasiado. Con el 71% escrutado, Buttigieg iba por delante con el 26.8% de los votos, seguido por Sanders con el 25.2%, Elisabeth Warren con 18.4% y Biden con el 15.5%.

En pleno debate por encontrar al candidato con más opciones para batir a Trump en las generales, Iowa ha ignorado la opinión establecida para inclinarse por los dos nombres que más fervor generan entre sus respectivas parroquias. Parece una decisión inteligente porque cada vez que el partido apuesta por la «opción segura» tiende a perder. Los casos de Hillary Clinton y John Kerry son los más recientes.

GAY Y LIBERAL / Los dos vencedores representan polos opuestos. Buttigieg entronca con la tradición de los nuevos demócratas, liberales en lo económico y progresistas en lo social, dirigentes que quieren hacer las paces con la América conservadora, una fórmula que a la postre raramente funciona porque los republicanos tampoco les dejan gobernar, como se demostró con Obama. Pero el alcalde de South Bend tiene aura de político nuevo. Es el primer candidato abiertamente gay, nunca ha servido en Washington y abandera los valores del Medio Oeste. Aunque nadie lo conocía hace unos meses, lo lógico es que el establishment lo acabe abrazando si demuestra que es capaz de abrirse un hueco entre las minorías, algo que no ha conseguido hacer hasta ahora.

Sanders es más conocido. Para los estándares estadounidenses abandera una revolución en toda regla de corte populista y socialdemócrata, pero no hay duda de que los poderes económicos le declararán la guerra si su candidatura toma forma, un pulso difícil de ganar. La peor noticia de estos caucus para los demócratas, más allá del desastre del recuento, es la participación.

Muchos esperaban que se batieran todos los récords, dado el rechazo visceral que el magnate Trump genera entre los demócratas, pero ha acabado equiparándose con la del 2016 y ha estado lejos del 2008, cuando Barack Obama irrumpió en la escena política estadounidense.