El brío y la determinación de ambos bandos sugieren que en la Universidad Politécnica se libraba una de esas batallas simbólicas que marcan el signo de una guerra. Más de un día sumó el asedio a un punto neurálgico de Hong Kong. La Policía abandonó ayer los fragorosos embates para tomarla y esperó paciente la rendición de los antigubernamentales. Estos ya se preocupaban más en burlar el cerco que en perpetuar la ocupación tras la peor jornada de violencia desde que, hace cinco meses, las protestas se instalaron en la excolonia británica.

Un millar de personas permaneció en el interior del centro, según diferentes fuentes. Antes del alba de ayer repelieron el último asalto policial y desde entonces intentaron romper el cerco hasta en tres ocasiones. Ambos bandos compartían el agotamiento y discrepaban en cómo finalizar el asunto. Los estudiantes exigían su derecho a regresar a casa para recuperar fuerzas y zurrarse en otro momento y lugar con la policía.

Esta juzga que sus desmesuradas dosis de vandalismo y violencia justifican el paso por la comisaría o el juzgado de guardia. Jin-Guang Teng, presidente de la universidad, negoció con ambos lo que parecía una tercera vía aceptable: se ofreció para acompañar personalmente a los jóvenes que se rindieran pacíficamente hasta las comisarías para supervisar que fueran tratados con justicia y tacto.

Pero el miedo a las detenciones arruinó la oferta. Los vándalos afrontan penas de hasta diez años de cárcel si son condenados por participar en una revuelta.

Gases lacrimógenos

Los jóvenes desoyeron las ofertas policiales de salir sin armas ni máscaras y se toparon con los gases lacrimógenos cuando lo hicieron a las bravas. Las fuerzas de seguridad cortaron los accesos e impidieron tanto la salida como la entrada de los simpatizantes de la causa.

Los activistas autocalificados como prodemocráticos ocuparon los campus a principios de semana como reacción a la muerte accidental de un joven. La Universidad China de Hong Kong fue la primera víctima de los choques pero el grueso de los manifestantes rápidamente se trasladó a la Politécnica.

Su valor es estratégico. Está situada en el casco urbano, a diferencia de otros campus, y ha servido durante días de base de operaciones para numerosos actos de sabotaje. El cercano túnel que une la isla de Hong Kong con la península de Kowloon ha permanecido inutilizado durante días por barricadas y adoquines. Por ese túnel pasan 110.000 vehículos diarios, según las estadísticas oficiales, y es clave en la estrategia de colapsar la isla.

Así que la Policía trasladó a los radicales un ultimátum: abandonarlo o ser expulsados a la fuerza. La jornada ofreció el contraste artesanal a una de las ciudades más modernas del mundo. La universidad, convertida en una ciudadela fortificada, fue defendida con catapultas, flechas e incendios en las vías de acceso. El arsenal lo completaron bombas elaboradas con sustancias químicas robadas del laboratorio, cócteles molotov fabricados en masa y bombonas de butano con clavos adheridos. Un agente fue herido por una flecha que atravesó su pierna en un acto calificado como «homicida» y «terrorista» por la Policía. «La flecha podría haber matado al oficial o a cualquiera», explicó el portavoz.

En el frente judicial cabe consignar una bofetada al Gobierno. La Corte Suprema ha declarado inconstitucional la reciente ley anti-máscaras que el Ejecutivo había aprobado el mes pasado recurriendo a una mohosa normativa colonial. El tribunal sostiene que infringe derechos fundamentales más allá de lo razonable. La ley sirvió de excusa moral al movimiento antigubernamental para acentuar su vandalismo.

La decisión judicial subraya dos obviedades. Por un lado, la irresponsable tozudez del Gobierno por crear y avivar incendios con leyes inútiles. Y por el otro, que la independencia judicial y la separación de poderes también protege a los apocalípticos y violentos manifestantes que definen Hong Kong como «una ciudad china más» a la vez que lamentan «el serio recorte de libertades».