Creo que eran unos cobardes porque eso es lo que demostraron ser los yihadistas Alexanda Kotey y El Shafee Elsheikh cuando emprendieron la huida antes de ser apresados. En su marcha desesperada llegaron a abandonar a la familia, ellos que decían ser la élite del Estado Islámico (EI) demostraron no serlo, porque renunciaron a ser mártires, como una gran parte de ellos, a excepción de un núcleo duro que sí está dispuesto a trasladar sus palabras a la realidad, a priorizar sus creencias por encima del miedo a morir. Pero no en su caso. Demostraron que no son nada más que fachada, una gran mentira. Kotey y Elsheikh eran dos de los supuestos miembros de la célula de Estado Islámico que entre el 2013 y el 2014 fueron mis carceleros en Siria junto a los periodistas Marc Marginedas, de EL PERIÓDICO, y Javier Espinosa, de El Mundo.

Ahora que tenía a mis captores delante cuatro años después, me recordaron al líder libio Muamar el Gadafi, cuando en febrero del 2011, todavía en el poder, aprovechaba un discurso televisivo para amenazar a los revolucionarios de su país con recorrer Libia «palmo por palmo, casa por casa, callejón por callejón» para conseguir su propósito de capturarlos y exterminarlos. Meses después el dirigente aparecía en un estado patético, zarandeado por los propios insurgentes, aturdido e indefenso, ya despojado del poder que ostentó durante largos años y, por tanto, del terror que ejercía sobre los demás: había perdido el control. Decidió no luchar hasta el final, a pesar de que durante toda su vida, desde su trono, había dicho que moriría como un mártir. A pesar de que disponía de un arma en el momento de su captura.

El mismo Sadam Hussein también fue capturado armado. Ambos dictadores, crueles y sanguinarios, no vacilaron en ordenar la tortura y miles de asesinatos de civiles. Pero al final, alejados del poder, quedaban reducidos a absolutamente nada. Apenas dos seres anodinos que ni tan siquiera fueron consecuentes consigo mismos.

No acudía a ver a Kotey y Elsheikh con la pretensión de saldar ninguna cuenta pendiente porque no me tomé mi cautiverio como algo personal. Estaba en Siria desde el 2011 para ejercer de fotoperiodista, perfectamente consciente del riesgo que corría y que siempre he asumido. Nunca he querido caer en el error de figurar como un periodista-víctima. Los que realmente sufren son los miles y miles de civiles que mueren o sufren los devastadores efectos de la guerra sin poder marchar de allí.

Personalidad psicopática

No me extrañó que ambos se quitaran el micrófono mientras preparaba la entrevista y se marcharan. No me preocupó demasiado porque lo que realmente iba a hacer en este viaje era completar mi trabajo. Tomar una foto de los captores cautivos para ilustrar la evolución del conflicto sirio, cerrar el contenido del libro de fotografías Ascenso y caída del ISIS 2012/2017 Siria, Libia e Irak, que estoy elaborando y establecer una metáfora del fin de Estado Islámico.

Sabía que nunca tendría acceso como freelance y por eso acepté la propuesta de la BBC para ir junto a su corresponsal en la zona, Quentin Sommerville, y a otros miembros de la cadena pública británica para vivir conjuntamente la experiencia de volver a tener cara a cara a mis secuestradores.

Kotey y Elsheikh no son muy diferentes a los demás presuntos yihadistas que he conocido, por más que fueran conocidos como los Beatles (el primero nació en Gran Bretaña y el segundo pasó allí parte de su juventud). Son siempre personalidades muy marcadas, alejadas de las perspectiva que se tiene en Occidente. Les mueven motivos religiosos, sí, pero también hay lugar para los que basan su motivación en cuestiones identitarias o económicas.

En mi opinión, en lo que sí que coinciden todos ellos es en su personalidad psicopática. Creo que el mero hecho de pertenecer al EI no les convierte en psicópatas, sino que esa característica es inherente a ellos. Son personas que en medio del conflicto armado, en un entorno ajeno a las normas sociales y las leyes por las que se rige la sociedad, cuentan con el contexto ideal para sacar lo que llevan dentro de sí. Buenos o malos, en una guerra, la gente se muestra tal como es.

Difícilmente se podrían justificar los actos de los yihadistas desde una perspectiva humana, aun teniendo en cuenta el contexto de conflicto armado y sus motivaciones ideológicas y religiosas. Ese pensamiento es una reflexion sobre la delgada línea entre la moral y la ley, sobre la ética y el mínimo que garantiza la preservación de los derechos humanos.

Cuando vives las torturas y asesinatos que cometían de manera casi sistemática, te preguntas si tienen derecho a recibir el trato que acuerdos internacionales como el Convenio de Ginebra, por ejemplo, garantizan a todos los seres humanos. Existe un impulso profundo en creer que ellos no merecen ser objetos de Derecho, ni que se les garantice un trato digno, pero luego reflexionas y te preguntas si tu moral está por encima de la ley y por qué crees que ellos no merezcan ser tratados como el resto de individuos. Si no han respetado los derechos humanos de otras personas, podemos pensar que ellos tampoco los merecen, pero entonces modifico mi moral y pasa a ser muy parecida a la suya.

Culminación

Por todo eso, después de nuestra liberación en el 2014 decidí continuar el trabajo fotográfico que había iniciado en 2011 en Siria. La diferencia es que desde el 2012 la motivación ya no era acerca de la revolución, era sobre el Estado Islámico porque esta organización se convirtió en el principal enemigo de la propia revolución. Sus tentáculos estaban ya en varios países y controlaba tres capitales que formaban el califato: Sirte en Libia, Mosul en Irak y Raqa en Siria. He fotografiado los éxodos de población de esos países y las batallas de Tall Mar, Sinjar, Kobane, Sirte, Mosul y Raqa entre otras. Ese ha sido el núcleo duro del trabajo de estos últimos 7 años y el motivo por el que emprendí este cuarto viaje a Siria.

Una trayectoria que me ha servido para comprobar en primera persona la decepción de toda una generación, el triste destino que impulsó la energía de la Primavera Árabe para alcanzar una revolución democrática. Siria es hoy un polvorín que no se podrá solucionar antes de que transcurran al menos 10 o 15 años. Las injerencias externas, el decepcionante papel de la Liga Árabe, la UE y toda la comunidad internacional se ha saldado con un país segmentado, con miles y miles de familias destruidas y con al menos dos generaciones perdidas.

Me marcho 8 años después, convencido de que no me queda nada por contar de este lugar, al menos por el momento. Y más consciente que nunca de que tantas muertes y tantos sacrificios durante todos estos años no han servido para nada.