«Se nota que es muy rápido», musitó impresionado Deng Xiaoping a bordo del icónico tren bala japonés en 1978. Cuatro décadas después de aquella visita oficial, China concentra más del 60% de los kilómetros de alta velocidad del mundo y vende sus trenes a Occidente. Pekín vira su rol de fábrica global al de potencia en innovación y no existe mayor reconocimiento que la guerra tecnológica declarada por EEUU. La detención de Meng Wanzhou, una alta ejecutiva de la multinacional Huawei, es descrita desde Pekín como «una toma de prisioneros». Washington ha pedido su extradición a Canadá por vender equipos a Irán rompiendo el embargo a través de compañías afiliadas.

No es la primera vez que EEUU ve amenazada su supremacía tecnológica y económica. Un joven empresario de peinado lisérgico denunciaba en los años 80 que Japón chupaba la sangre del país y destruía empleo. Mucho ha cambiado todo. Una crisis elefantiásica gripó durante décadas la economía japonesa, EEUU profundizó en la revolución digital que ha asentado su hegemonía y aquel joven ocupa hoy la Casa Blanca. Solo permanece su mensaje.

«EEUU toma medidas muy agresivas para impedir que se violen sus sanciones internacionales. Y adopta otras para reducir los riesgos a la seguridad nacional que supone Huawei, como controlar las exportaciones y limitar su acceso a mercados occidentales», señala Scott Kennedy, sinólogo del Centro de Estudios Internacionales Estratégicos.

Washington impide el acceso chino a las misiones internacionales espaciales para no compartir la tecnología y una década atrás ya prohibió que se instalaran ordenadores IBM en estamentos oficiales tras ser comprados por la china Lenovo. Salvas de fogueo en comparación con los cañonazos de hoy. El fragor se entiende por el plan Made in China 2025, que Pekín anunció en el 2016. Pretende alcanzar en ese año el liderazgo en robótica, coches eléctricos, inteligencia artificial, biomedicina y equipamiento aeroespacial y oceánico. No es casual que los últimos aranceles del 25% aprobados por Trump a las importaciones chinas se apliquen a esos sectores.

En la guerra tecnológica se dirime el liderazgo que ostenta EEUU. Su huella abruma: Amazon, Apple, Microsoft, Facebook y Google conforman la vida diaria de la población mundial. Pero compañías chinas como Alibaba, Huawei y Xiaomi ya compiten sin ningún complejo en mercados exigentes. China avanza rápidamente en inteligencia artificial, lidera el comercio on line, cuenta con el telescopio y el ordenador más potentes del mundo y dispone también del único satélite cuántico.

Ninguna compañía epitomiza el gran salto adelante tecnológico como Huawei. La firma de Shenzhen está varios años por delante de sus competidores occidentales en el diseño e implantación de redes 5G. Ha sido comparada con la invención de la electricidad o la imprenta y hoy apenas podemos intuir sus implicaciones en la economía y la vida cotidiana. Huawei emplea a muchos de los mejores científicos internacionales, destina el 10% de sus beneficios anuales (unos 11,5 mil millones de euros) a la innovación y suministra tecnología a 211 de las 500 mayores compañías del mundo. Es el tipo de datos que se olvidan cuando se explica su éxito por el espionaje o robo.

La deriva empuja a otra guerra fría que forzará al mundo a alinearse en un bando u otro. EEUU logró que sus cuatro socios en la alianza de los Cinco Ojos (Canadá, Reino Unido, Australia y Nueva Zelanda) detengan la implantación del 5G de Huawei que avanza en el resto del mundo. Como consecuencia, Alemania ya advirtió de que el plan del 5G en Europa previsto para el 2020, se podría retrasar dos años.

INFRAESTRUCTURAS DELICADAS / Los aspectos comerciales y militares sugieren que la tecnología relevará al comercio como principal campo de batalla, opina Jonathan Sullivan, director del programa de China de la Universidad de Notthingham. Muchos gobiernos, añade, han tardado en darse cuenta de que confiar a empresas chinas sus infraestructuras más delicadas supone riesgos. «Que muchos acuerdos ya se hayan visto afectados dificulta la corrección y añade un elemento de conflicto con China. La situación solo empeorará ya que las compañías chinas cada vez son más globales», concluye Sullivan.