China aplicará medidas “cuantitativas y cualitativas” contra el último envite estadounidense. Es la fórmula para aclararle a Donald Trump que la guerra comercial que ha emprendido no terminará con su rendición y que seguirá golpeando incluso cuando no le queden productos estadounidenses para gravar.

El Ministerio de Comercio ha acusado hoy a Washington de practicar una “presión extrema y chantaje” que atenta contra las negociaciones bilaterales recientes. La prensa oficial ha vaticinado el fracaso de la estrategia de Trump . “El líder estadounidense está apostando. Confía en que China tolerará su actitud caprichosa y obstinada y tragará con las amenazas para no enfadar a Estados Unidos y evitar pérdidas mayores. Y así tendrá el control total sobre el final de la guerra comercial”, afirma hoy un editorial del diario ultranacionalista 'Global Times'. “Pero nadie tolerará las irracionales tarifas estadounidenses. Ni China, ni Europa, ni Canadá, ni México”, concluye.

La confianza de Trump en la victoria descansa en una aparente lógica: las exportaciones estadounidenses hacia China cuadriplican a las inversas así que Pekín se quedará pronto sin munición en una guerra de aranceles. El ritmo al que Estados Unidos aprueba sus paquetes de impuestos y su magnitud sugiere que China pronto no podrá igualar la apuesta. Pero entender la guerra comercial como un asunto sólo de exportaciones es un reduccionismo infantil. Ese era el mensaje del Ministerio de Comercio: “Si Estados Unidos pierde su sensatez y aplica la lista, China se verá obligada a tomar medidas tanto cualitativas como cuantitativas”. China dispone una miríada de medidas al margen de los aranceles para castigar a Estados Unidos.

Sector con superávit

El sector servicios, el único en el que Washington presenta superávit, sería una diana fácil. Pekín podría desaconsejar el turismo a una población muy sensible a los discursos nacionalistas o entorpecer el flujo de estudiantes. También podría recomendar el boicoteo a los productos estadounidenses o extremar el papeleo en cumplimiento de la farragosa burocracia china. Todas esas presiones de baja intensidad ya las sufrió Corea del Sur tras instalar el escudo antimisiles estadounidense que irritaba a Pekín: los turistas chinos se redujeron a la mitad, las ventas de vehículos Kia y Hyaundai se derrumbaron, las actuaciones de los célebres artistas surcoreanos fueron canceladas y decenas de la tiendas de la multinacional Lotte en China cerraron por infringir la normativa contra incendios.

También en la esfera política podría relajar el cumplimiento de las sanciones económicas a Corea del Norte y arruinar la estrategia estadounidense de la “máxima presión” que anuncia Trump si los compromisos de la cumbre de Singapur se olvidan.

Y aún le quedaría la bomba atómica de la deuda pública. Lo resumió años atrás Hillary Clinton, entonces secretaria de Estado, cuando le afearon el menguado brío con el que denunciaba las violaciones de derechos humanos en China: “Nadie quiere problemas con su banquero”. Pekín concentra la quinta parte de los bonos del Tesoro estadounidense. Algunos expertos dibujan un panorama apocalíptico si se desprende de esos 1,17 billones de dólares: bajará el valor de los bonos, subirá el tipo de interés, otros gobiernos atenazados por el pánico venderán los suyos, Washington pagará más por futuras emisiones de deuda y el aumento del coste del préstamo para empresas y consumidores estadounidenses gripará la economía nacional.

Escenario inédito

Es preceptivo el condicional porque el escenario es inédito e improbable. A China le beneficia dirigir sus inversiones hacia valores seguros y ninguno supera a un bono estadounidense. Otros analistas juzgan que la deuda ata a ambos en un matrimonio forzoso y les obliga a una convivencia pacífica por una lógica parecida a la mutua disuasión nuclear. “China no se sacará de encima la deuda estadounidense a no ser que haya un conflicto serio en el tema de Taiwán”, señala por email Oliver Rui, economista de la Escuela de Negocios CEIBS (Pekín).