Es una constante: cada vez que oye llegar otra lancha cargada con inmigrantes a Lesbos, Alí va a verles las caras. Podrían ser ellos, piensa. Esta vez sí, seguro. Pero siempre, sin excepción, acaba volviendo desilusionado a su litera en el campo de refugiados de Moria. Sus padres no vienen.

Todo pasó hará algo menos de un año. «A finales de verano, mi padre dijo que teníamos que escapar de Afganistán. Cuando yo tenía 13 años ya tuvimos que mudarnos a Kabul. Él trabajaba de carpintero para extranjeros en la ciudad, así que creo que le amenazaron. Pero nunca me dijo qué pasó», explica Alí. Entonces, hace nueve o diez meses, lo abandonaron todo, y su padre, su madre y él mismo escaparon a Europa.

El camino ya estaba marcado. Con la ayuda de traficantes, Alí y su familia tenían planeado salir de Afganistán a través de Pakistán y, a partir de ahí, pasar por Irán, Turquía, Grecia. Y luego, en dirección al norte de Europa. Pero todo se truncó en la frontera entre Pakistán e Irán. Allí, los traficantes pusieron a los padres de Alí en un coche y a él, en otro. El padre luchó, intentó llevárselo, lo agarró, discutió. Al final, cruzaron la frontera en dos vehículos distintos y con la promesa de los traficantes de que se reunirían en el otro lado. Que la separación era momentánea.

Les mintieron. «Estuve una semana en Irán, en casa de un traficante. Después, me mandaron a Turquía, y no los podía encontrar. Tenía miedo de la policía turca, así que al final pensé que en Grecia sería todo más fácil, que esto era el paraíso. Pero aquí me di cuenta de que estaba solo. Y vi cómo nos obligan a vivir a los refugiados en Grecia. Vi Moria. El paraíso era el infierno», dice Alí.

El joven explica que al llegar, pese a tener 16 años, ir solo y no tener absolutamente nada, las autoridades griegas le dieron tan solo una manta, le indicaron dónde hacer la cola para obtener la comida diaria y le señalaron un trozo de tierra donde, si le apetecía, podría estirarse por las noches. Durmió dos semanas al raso hasta que encontró una tienda donde lo acogieron. Allí pasó cuatro meses y ahora, desde hace dos, vive en la parte protegida para menores del campo de Moria.

Y allí, encerrado con otros cientos de menores más, sin poder salir del campo por culpa del coronavirus, espera. Sin embargo, Alí podría tener algo de suerte ahora, porque desde hace un mes, la Unión Europea se ha comprometido a evacuar de los campos de las islas griegas a 1.600 menores no acompañados. De momento, esta semana, cuando las operaciones han empezado, han viajado 12 menores a Luxemburgo y 50 a Alemania; todos, de menos de 14 años. Mientras tanto, Alí y cientos más esperan. «Yo lo único que quiero es que me saquen de Moria. Cada semana hay peleas, asesinatos y nadie hace nada», dice Alí. Y añade que por culpa del virus cada día la situación es más peligrosa. Al proyecto de evacuación de menores solo se han sumado 10 de los 27 países de la UE. España no ha dicho nada.