El liberal Moon Jae-in ha ganado las elecciones presidenciales celebradas en Corea del Sur, según confirmó hoy la Comisión Electoral Nacional (NEC).

Con el 100 % de los votos escrutados, Moon ha logrado el 41,1 % de los sufragios frente al 24,03 % de su perseguidor inmediato, el conservador Hong Yoon-pyo, una diferencia de más de 5,57 millones de votos que marcan la mayor brecha en unas presidenciales desde que Corea del Sur comenzara a celebrar comicios democráticos en 1987.

El centrista Ahn Cheol-soo, que a principios de campaña era visto como el principal candidato para plantar cara a Moon, fue finalmente el tercero más votado cosechando el 21,4 % de votos.

En cuarto lugar quedó Yoo Seung-min (6,76 %), del conservador Partido Bareun (escindido de la formación de Park Geun-hye tras el escándalo "Rasputina") y en quinto la progresista Sim Sang-jeung (6,17 %), del Partido de la Justicia, la única mujer de entre los 13 candidatos por los que hoy podían votar los surcoreanos.

Los comicios han estado enormemente condicionados por el escándalo de corrupción de la "Rasputina", que supuso la destitución de Park en marzo y forzó a adelantar a mayo las elecciones, previstas inicialmente para diciembre.

Estas presidenciales han registrado la mayor participación en dos décadas, el 77,2 por ciento, cifra que muestra la indignación que ha generado un escándalo que estalló hace algo más de seis meses y sacó a millones de surcoreanos a las calles el pasado invierno para pedir la dimisión de Park.

La expresidenta, que está en prisión preventiva, está acusada de crear una red con su amiga Choi Soon-sil, conocida como la "Rasputina" por su influencia sobre la expresidenta, que supuestamente sobornó millones de dólares a grandes empresas.

LUCHADOR POR LOS DERECHOS CIVILES

Ese viento ha empujado a Moon, un reputado luchador por los derechos civiles e hijo de desertores norcoreanos durante la guerra. Su victoria amenaza un mapa regional de equilibrios en el que Seúl sigue a ciegas a Washington al precio de irritar a China. Moon ha dejado dicho que Corea del Sur tiene que “aprender a decir que no” a los estadounidenses y se ha mostrado muy crítico con el escudo antimisiles o THAAD (por sus siglas inglesas). Ese escudo resume el conflicto: China y Rusia se han opuesto por la razonable sospecha de que, más allá de controlar los misiles norcoreanos, también le servirá a Washington para fiscalizar su territorio.

Pekín, el socio económico principal de Seúl, le está sometiendo a un castigo severo que notan sus multinacionales, artistas y cualquiera que dependa del mercado chino. Moon es partidario de que el Parlamento discuta sobre el escudo para subsanar el unilateral acuerdo firmado por su predecesora. Será complicado que Corea del Sur lo retire cuando Estados Unidos adelantó su despliegue precisamente para vadear esa posibilidad. Ordenar a los estadounidenses que se lo lleven sería una bofetada inasumible hacia su principal socio militar en la zona.

Habrá más tensiones entre Seúl y Washington con Moon, certifica Scott Snyder, director del programa Estados Unidos-Corea del think tank Council on Foreign Relations. “Pero al final serán manejables debido a los importantes intereses comunes en materia de seguridad. Los surcoreanos están más inclinados a resolver sus problemas sociales como presupuesto previo a lidiar con sus amenazas externas como Corea del Norte”, explica por email.

ACERCAMIENTO

Los halcones presentan a Moon como un flojo en el asunto norcoreano. Moon quiere jubilar la hostil política de sanciones, allanar el entendimiento y retomar proyectos conjuntos como el complejo industrial de Kaesong. Incluso está dispuesto a reunirse con Kim Jong-un en Pyongyang. El más que probable ganador es el hijo político de Roh Moo-hyun, cuya línea de apaciguamiento permitió la histórica cumbre presidencial en Pyongyang en 2007 con Kim Jong-il, padre del actual dictador. La llegada de los conservadores a Seúl arruinó sin remedio el clima.

A los surcoreanos les desvelan asuntos más cotidianos que los cálculos geopolíticos. La economía ha perdido fuelle, suben lasdesigualdades sociales y el paro juvenil alcanza el 10%. Toda la frustración se dirige hacia los chaebol, esos grandes conglomerados familiares en los que se apoyó un país devastado por la guerra para remontar pero que hoy simbolizan la más degradante corrupción. Las promesas para embridarlos forma parte de la liturgia electoral de los últimos años. Moon propone dar más poder a los accionistas minoritarios y otras medidas para mitigar sus excesos, pero es complicado que pueda luchar contra intereses tan asentados y poderosos.