Una discusión sobre política a la salida de un restaurante acabó con cuatro ciudadanos acuchillados, un concejal con la más que probable pérdida de una oreja y el agresor malherido por la paliza de la multitud. Hong Kong camina hacia el abismo en su quinto mes de protestas. Los cotidianos choques entre los manifestantes y la policía se dan ya por descontados en los fines de semana, pero por la esquina asoma el temido enfrentamiento entre el bando autocalificado de democrático y los que están hastiados de los pertinaces episodios de vandalismo y violencia que han arrastrado la economía al lodo.

El incidente se produjo al anochecer en un centro comercial de Tai Koo. Un hombre con camiseta gris sacó un cuchillo y atacó a la familia con la que había discutido. En el tumulto intervino el concejal del distrito Andrew Chiu Ka-yin para pacificar los ánimos, pero el agresor se abalanzó sobre él, le mordió la oreja y la escupió. Los congregados la guardaron en una bolsa pero fuentes hospitalarias son escépticas sobre la posibilidad de cosérsela. La muchedumbre golpeó al hombre ya en suelo hasta que la policía pudo despejar la zona. Las fotos muestran a varios heridos sobre charcos de sangre. En otra pelea de la jornada se ve a tres hombres grandotes zurrándose con una veintena de manifestantes. La prensa aclaró que son turistas de Dongbei, las tres provincias del noreste con la bien ganada reputación de concentrar a los tipos más bravos del país.

Las protestas han polarizado a una sociedad que había asimilado sin mayores problemas a gentes llegadas de todo el mundo y especialmente del interior durante décadas. Las manifestaciones pacíficas y multitudinarias contra la inquietante ley de extradición han quedado muy atrás. Con la ley enterrada, la simpatía social ha caído a medida que la violencia y el vandalismo impunes se cronificaban.

Las convocatorias de huelga general del movimiento han sido ampliamente ignoradas y las marchas apenas congregan a una fracción de las primeras.

Inquieta el cariz xenófobo de un movimiento que rutinariamente ataca a ciudadanos que hablan mandarín o destrozan los comercios vinculados con China o regentados por compatriotas del interior. Las convulsiones han hundido en la recesión a una de las principales capitales financieras del mundo, con el turismo y las ventas al por menor en sus mínimos históricos y las multinacionales planteándose la huida ante las escasas expectativas de un final cercano. No es improbable que esa brecha entre dos bandos irreconciliables estimule los enfrentamientos en las calles.

BATALLAS CAMPALES / Ayer se registraron los previsibles choques entre activistas y policía en los centros comerciales que los primeros habían planeado ocupar. El sábado ya fue fragoroso incluso para los estándares locales. Más de 200 manifestantes fueron arrestados y 54 personas acabaron en el hospital tras las batallas campales en los distritos de Causeway Bay, Wan Chai, Central, Mong Kok y Tsim Sha tsui. Los manifestantes destrozaron la sede de la agencia de noticias oficial Xinhua.

Pekín está respondiendo con tacto a los mayores desórdenes sociales desde la masacre de Tiananmén (las revueltas de 1989 contra la corrupción del poder y que dejaron más de 2.000 muertos). El Partido Comunista sigue confiando en el gobierno local para lidiar con una crisis que le desborda y confiando en que el conflicto se apague por cansancio o la reacción del creciente sector contrario a las protestas. Sus medidas políticas para prevenir futuros estallidos sociales son más dudosas. Pekín ha anunciado controles más férreos en la elección y cese de los jefes del Gobierno local y la educación patriótica en las escuelas.