L e tocó a Chengdu, una reposada y esponjada ciudad del interior que buscan muchos chinos tras jubilarse, célebre por los pacíficos pandas y sin más sobresaltos que los ardientes chiles de su comida sichuanesa. Estados Unidos ha perdido un consulado en Chengdu después de que China perdiera otro en Houston, en el último capítulo de la inquietante dinámica de las dos superpotencias.

Se sabía que un consulado bajaría la persiana, restaba por saber cuál. En la web del Global Times , un diario ultranacionalista, una encuesta invitaba a elegir la más deseada de un bombo con cinco bolitas. Los internautas eligieron Hong Kong pero Pekín se decantó por Chengdu, la más irrelevante y ajustada a la escala de Houston.

«La medida tomada por China es una legítima y necesaria respuesta a los actos injustificados de Estados Unidos», aclaró ayer el portavoz del Ministerio de Exteriores. La situación actual «no es la que China desea» y solo EEUU es responsable de ella, añadió. «Urgimos a que se retracte de su equivocada decisión y establezca las condiciones necesarias para devolver las relaciones bilaterales a la normalidad», concluyó.

La agencia oficial de noticias Xinhua justificó el cierre en las acciones «intimidatorias y hegemónicas» de «algunas fuerzas extremistas del Gobierno estadounidense». Washington había acusado sin pruebas de espionaje al consulado de Houston. El cierre de oficinas diplomáticas tiene un fuerte componente simbólico, también si son consulados de segunda, por lo que se interpreta como otro escalón en la tensión bilateral. Llega en una semana prolija en embates estadounidenses. Tres investigadores chinos han sido arrestados por sus presuntos lazos con el Ejército de Liberación Popular y otro se ha refugiado en el consulado de San Francisco.

Han pasado apenas seis meses desde que Pekín y Washington cerraran el acuerdo sobre la primera fase de la guerra comercial que auspiciaba tiempos de sintonía. La hostilidad hacia China ha crecido al mismo ritmo que EEUU amontonaba muertos por covid y caían las posibilidades del presidente Donald Trump de ser reelegido por su calamitosa gestión.

Las loas a Pekín por el control del virus se convirtieron en infundadas acusaciones de haberlo creado en un laboratorio y después se apresuró a pisarle todos los callos: Huawei, uigures, Hong Kong, Taiwán y el mar del Sur de China. El Gobierno de Pekín responde con inflamados editoriales periodísticos y promesas de represalias que oscilan entre la nadería y la respuestas imprescindibles para no quedar como acobardada ante la audiencia global y, especialmente, la doméstica.

Transpira la voluntad de que la realpolitik devuelva la paz tras el fragor de unas elecciones que, en las dos últimas décadas, incluye los ataques a China en nombre del sufrido trabajador o parado estadounidense.

La inercia sugiere lo contrario. Las leyes anti-China han pasado en el Senado por unanimidad; Trump y su rerival demócrata, Joe Biden, rivalizan en ataques a Pekín, y las encuestas revelan un sentimiento xenófobo masivo e inquietante. «El problema es la gobernanza global y Washington no va a renunciar a su papel hegemónico», señala Xulio Ríos, director del Observatorio de Política China. «La tensión llega cuando China no se contenta con la superdimensión económica y quiere trasladarla a la política», apunta.

«Es normal que el riesgo aumente si le disputas a EEUU la tecnología o la influencia geopolítica y no hay diálogo constructivo como sí lo hubo en el pasado. No habría tensiones si China pasara por el aro y aceptara ser solo un socio económico que pone dinero sobre la mesa para sacar adelante los proyectos que decide el G-7», añade. H