Santiago de Chile ha recuperado parte de su «normalidad» previa a la pandemia y el autoaislamiento: la protesta en la calle. El covid-19 puso entre paréntesis el conflicto social que estalló en octubre. Pero los costes de la cuarentena entre los sectores más vulnerables de la población volvieron a encender una mecha en la periferia: se le llama «el estallido del hambre».

Abrumado por los crecientes efectos del coronavirus, el Gobierno de derechas teme que las barricadas, quema de buses, cócteles molotov y choques entre policías y manifestantes que se repiten estos días y que fueron escenas recurrentes entre mediados de octubre y principios de marzo, se propaguen en peores condiciones de control debido al malestar colectivo.

Las autoridades no saben si los episodios que tuvieron lugar el pasado lunes y en jornadas anteriores en la periferia capitalina son aislados o el comienzo de problemas mayores. En un aspecto, las expresiones de ira no se diferencian de las que predominaron durante la primavera y el verano pasados: antes las mascarillas se improvisaban para evitar las consecuencias de los gases lacrimógenos. Ahora son sanitarias y de uso obligatorio frente al virus.

La localidad de El Bosque, en el borde sur de la capital, se parece mucho a otras zonas que nunca recibieron los beneficios de la prosperidad selectiva que se conoció entre 1990 y parte del 2019. Ahí se levantan viviendas de unos 40 metros cuadrados donde suelen vivir hasta tres familias con sus estómagos apretados. La gran mayoría de los pobladores, como se los llama, han perdido sus trabajos por la cuarentena.

La pobreza golpeaba en el 2019 al 37% de sus habitantes. En El Bosque, epicentro de la crisis, se han contabilizado unos mil contagios de covid-19. El ministro del Interior, Gonzalo Blumel, calificó las protestas de «inaceptables» por haber burlado las normas sanitarias decretadas por las autoridades. Si bien reconoció que «hay una situación difícil que genera dificultades para las familias», llamó a «entender» que las «acciones violentas» ponen en riesgo «la salud de mucha gente, no solamente el orden público».

OTRA PROPUESTA / El Gobierno quiere sancionar a quienes proyectaron la palabra «hambre» en el edificio de Telefónica de Santiago. El diputado de izquierdas Gabriel Boric rebatió al ministro. «No se puede reprimir el hambre. Preocupémonos de mejorar las políticas públicas para que la cuarentena no sea un privilegio que pueden cumplir solo quienes tienen los recursos».

Dante Contreras, subdirector del Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (COES), manifestó al diario La Tercera que Chile está sentado «sobre una bomba de tiempo». La crisis social que se visibilizó en octubre se ha acentuado con la pandemia: el paro llegará a los dos dígitos y aumentará la pobreza a niveles de 1982. Lo que ha ocurrido en El Bosque, añadió, «se va a extender a una población más generalizada, en el sentido de que el país se está haciendo más pobre». Los habitantes de la periferia reciben asistencia alimentaria, pero no les alcanza. Lastenia Vásquez, una vecina, dijo al portal El Desconcierto que a veces pasa el día «con un tecito y otros con solo un vaso de agua».

El presidente Sebastián Piñera ha dispuesto entregar cajas con provisiones a 2,5 millones de hogares «vulnerables y de clase media necesitada», en su gran mayoría de los suburbios de Santiago. Este colectivo empezará a recibir legumbres, fideos, arroz, harina, aceite, leche y productos de limpieza. Piñera, cuya aprobación no llega al 20% de los chilenos, dijo que su plan se llevará a cabo a más tardar la semana próxima y pidió «comprensión y tranquilidad» a los receptores de la ayuda. La prensa duda de que en tan poco tiempo se pueda abastecer a tantos chilenos.

En varias poblaciones han empezado a surgir las ollas comunes. Paloma Ahumada divulga a través de Twitter los almuerzos o cenas colectivas. «Recuerda traer tu plato», se pide a través de las redes sociales.