«¿Cuándo llegaremos?», preguntan nerviosos los 629 inmigrantes, que ignoran cuánto se está jugando sobre sus pieles. Uno de ellos intentó el lunes lanzarse al agua para suicidarse, convencido de que los motores parados del Aquarius en alta mar podían solo significar que les habrían devuelto a Libia. No había entendido que en realidad nadie les quería y que la Liga, algo que también ignora, estaba solo levantando la voz en Europa para denunciar que «hay quien hace negocios con la solidaridad».

Los niños juegan con cuadernos y lápices, hombres y mujeres están separados para ofrecer a las segundas una mayor comodidad. Siete de ellas están embarazadas y alguna, a punto de parir. El buque cuenta con un quirófano completo pero insuficiente si un parto se complica. Entre enfermeras especializadas y médicos, son cuatro. Luego están los mediadores culturales, que hablan los idiomas de los emigrados.

La tripulación asegura que hay «comida hasta el martes», pero con los focos de todo el mundo sobre la nave no debería ser un problema. Los italianos más que otros están interesados en que no suceda nada desagradable. El domingo enviaron médicos a controlar la situación. Uno de los que se encuentra ya en el barco, sin embargo, afirma que la situación empeora por momentos. «No podemos estar muchos más días así», dice David Beversluis, que agrega: «Podemos tratar a muchos de estos pacientes, pero si las personas permanecen bajos condiciones como esta, con estrés y hacinadas, cada vez habrá más casos».

La breve odisea había comenzado poco después de las siete de la mañana del sábado. Los 629 habían sido rescatados de botes a la deriva en aguas internacionales y en plena noche, hasta que no llegó un helicóptero italiano con los faros encendidos.

La central de Roma que coordina las operaciones ofreció como destino al Aquarius los puertos de Trapani o Messina, en Sicilia, para desembarcarles. Eligieron el segundo. Sucesivamente y sin explicaciones recibieron otra orden: situarse entre Malta e Italia. Allí estaba el buque hasta últimas horas de la tarde del lunes. A 35 millas de Italia y a 27 de Malta. Esperando órdenes.

Cuando España se ofreció para acogerlos, los políticos reaccionaron. Eran las primeras horas de la tarde del lunes, pero en Aquarius lo supieron por la prensa. «Llegar hasta Valencia son 700 millas, un viaje de 50 horas... ¡No!, ¡qué va!, tres días», exclama Alessandro Porro, de Sos Mediterranée. «No es la solución ideal porque el derecho internacional afirma que debe ser el puerto más seguro y cercano».

«No hay ninguna emergencia pero la situación puede cambiar en cualquier momento», aseguran desde el Aquarius. Hay 15 quemados por gasoil y agua salada, y muchos están exhaustos física y mentalmente tras haber resistido a las presiones de los traficantes libios. Todos han sido apaleados, torturados o violados. «La situación es extrema», asegura Carlotta Sami, representante en el sur de Europa del Alto Comisariado para Refugiados (ACNUR).

No debe ser fácil, con una carga de 629 desahuciados, 100 plazas más que las habituales. Una aldea en alta mar. «No soy un genio, pero este acto ha abierto puertas», declara Salvini.