La muerte de Fidel Castro ha coincidido con un nuevo periodo de incertidumbre en Cuba, no solo por la llegada a la Casa Blanca del imprevisible Donald Trump, sino también por la situación de debilidad política y económica del presidente de Venezuela Nicolás Maduro, el gran aliado del régimen castrista. Nadie sabe, además, quién sucederá al actual presidente cubano, Raúl Castro, que ya ha anunciado que dejará el cargo en el 2018.

En todo caso y como lo han hecho a lo largo de las últimas décadas, los habitantes de la isla caribeña siguen viviendo bajo un rígido control político y social, que castiga a la disidencia, impide la libre expresión y el pluralismo político. Un inmovilismo que solo se ha roto, aunque tímidamente, en el campo económico, con el proceso de liberalización, acelerado a partir del 2010 por el presidente Raúl Castro, y que ha abierto las puertas a que los cubanos puedan abrir sus propios negocios, aunque con grandes limitaciones. Son los llamados trabajadores por cuenta propia (‘cuentapropistas’), más de medio millón hace un año y que siguen creciendo. Un fenómeno que ha hecho posible que un ingeniero o un médico -trabajadores del Estado- ganen mucho menos que un electricista, un mecánico o un taxista.

El régimen de Fidel Castro ha pasado, a grandes rasgos, por tres etapas: la que irrumpió con el triunfo de la revolución, el embargo de más de medio siglo de EEUU -aún vigente- y el apoyo de la extinta Unión Soviética; la de mayor penuria económica tras la caída del Muro de Berlín, el llamado Periodo Especial, a partir de 1989; y la que se inició con la alianza con el ya fallecido Hugo Chávezen 1999. Etapas que han marcado, de diferente manera, a las tres generaciones que han vivido bajo la dirección del líder de la revolución.

“Mire señor, procedo de una familia campesina muy pobre y en la época de Batista era la pura explotación del hombre por el hombre. Yo y mi familia lo sufrimos”, dice Elijia García, una mujer de 78 años, que ha acudido bien temprano al centro de la ciudad de Santa Clara, situada a unos 300 kilómetros al sur de La Habana, a rendir el último adiós a Fidel. La mujer espera impaciente bajo una gran foto del Che Guevara -“fue quien liberó esta ciudad el 5 de enero de 1959”- la llegada del cortejo que desde el pasado martes recorre toda la isla con las cenizas del expresidente cubano. “Fidel me enseñó a leer y a escribir, me dio sanidad gratuita, tengo un hijo ingeniero, otro abogado y una hija médico. Fidel me regaló la dignidad. ¿Cómo quiere que no le esté eternamente agradecida?”, señala.

Durante el régimen del general Fulgencio Batista, el 70% de las tierras cultivables de la isla estaba en manos de empresas extranjeras, mientras que La Habana se había convertido en un gran casino. La Cuba del interior, la de las pequeñas ciudades y pueblos de oriente, es la parte de la isla más conservadora y fidelista por el impacto que tuvo sobre la población la revolución.

PLANES FRACASADOS

A pesar del embargo de EEUU, el apoyo económico soviético permitió al castrismo “no solo sobrevivir sino lograr cierta estabilidad y progreso económico”, afirma Juan Ramírez, un ‘cuentapropista’ de Santa Clara de 47 años. Ramírez, que ha optado por no participar en la gran movilización organizada por el Gobierno por Fidel, creció durante la etapa soviética, la más próspera, aunque en su opinión, los años han acabado demostrando cómo los sucesivos programas económicos diseñados por el castrismo “han sido un fracaso”. Como la mayoría de los cubanos -por temor a “represalias”- prefiere no pronunciarse públicamente sobre las cuestiones políticas, pero asegura que lo que realmente importa a los cubanos ahora “es mejorar la situación económica de sus familias, no si hay o no elecciones libres. He podido viajar al extranjero y lo que he visto del capitalismo tampoco me ha gustado”.

Ramírez, sin embargo, critica el “dogmatismo sin matices” que mantiene el régimen y que llegó a su máxima expresión a principios de la década de los 90 con el Periodo Especial donde se impuso la “filosofía de la resistencia”. En cuatro años, de 1989 a 1993, el PIB de Cuba cayó un 35%. Nació el ingenio para subsistir, que los cubanos lo tienen muy desarrollado. “Fidel fue entonces muy poco flexible”. Fue la época de los balseros.

“A Fidel se lo acabó comiendo Castro”, reflexiona un académico de La Habana que prefiere guardar el anonimato. “Parte de los ideales de la revolución se fueron apagando a lo largo de los años”, sostiene. “Fidel es amado o odiado, pero es una figura que a nadie deja indiferente, excepto tal vez a los más jóvenes, la nueva generación”, añade. Muy bien formados, a niveles muy competitivos, los jóvenes cubanos, que empiezan ya a dotarse de modernos móviles, no ven claro el futuro y muchos piensan en irse del país. Ahora les es mucho más fácil que hace unos pocos años y sin necesidad de embarcarse en improvisadas y rudimentarias balsas.

EXPORTAR MÉDICOS

La alta cualificación de los médicos cubanos, por ejemplo, facilitó el acuerdo de intercambio entre Fidel y Chávez, que proveyó de 100.000 barriles de petróleo diarios al Gobierno de La Habana a precio preferencial. Un alto porcentaje del personal sanitario cubano presta servicios en Venezuela con buenos sueldos que luego entran en la isla. Sin duda, un balón de oxígeno que llegó en un momento especialmente crítico, pero el exceso de petrodólares ha tocado a su fin.

El restablecimiento de relaciones diplomáticas con EEUU, acercamiento que disgustó a Fidel, es visto por muchos cubanos como la gran oportunidad. Pero ha llegado Trump y las cosas han cambiado. Cuando a los cubanos les preguntas qué va a pasar ahora, la mayoría se encoje de hombros, también Elijia Ramírez. “Raúl y el resto ya están muy mayores. Hay que dar paso a los más jóvenes para que sigan manteniendo los ideales de la revolución”, sostiene bajo la foto del Che. “Antes éramos invencibles, ahora tenemos que ser más fuertes”, concluye.