El Congreso del Partido Comunista de China (PCCH) certificó ayer la salud del club que durante siete décadas ha pilotado el país más poblado del mundo sin que se intuya aún el colapso inminente que muchos en Occidente llevan años pronosticando. Del cónclave salió el presidente, Xi Jinping, con la factible misión de empujar a China al centro del escenario global.

Los líderes del partido han pasado del hambre a la opulencia, de las húmedas y polvorientas cuevas al complejo blindado de Zhongnanhai que linda con la Ciudad Prohibida, de la clandestinidad a mediáticos congresos entre los mármoles del Gran Palacio del Pueblo. El partido nació en 1921 en Shanghái pero la iconografía comunista reserva a Yanan su rol germinal.

Los nacionalistas de Chiang Kai-shek tenían cercados en 1934 a los comunistas en la provincia sureña de Jiangxi. Mao y los suyos emprendieron un éxodo que en 370 días y 12.700 kilómetros les dejó en Yanan, en la provincia norteña de Shaanxi. Solo 8.000 de los 86.000 completaron la Larga Marcha. Ahí permanecieron 12 fértiles años: a Mao, mientras resistía a nacionalistas y japoneses, le dio tiempo para apuntalar su poder y organizar el Ejército que tomaría Pekín.

La ciudad conserva hoy su eco legendario y son ubicuas las alusiones al «espíritu de Yanan»: incluso una marca local de tabaco asegura que solo su humo puede proporcionártelo. También es el principal destino del turismo rojo. El recorrido certifica los desvelos por conservarlo todo como lo dejaron las huestes revolucionarias. La principal parada son las cuevas horadadas en las laderas montañosas. La de Mao conserva su camastro, la red mosquitera, el taburete y el escritorio. Son falsas: las verdaderas fueron trasladadas a Pekín. Todo apunta a la frugalidad y el sacrificio, conceptos que ha recuperado Xi en su guerra contra la corrupción del partido.

Si Mao regresara hoy no vería el virginal paisaje montañoso sino un bosque de grúas y rascacielos. Como reminiscencia de su pasado agrícola apenas se conserva el huerto acordonado donde plantaba tomates y patatas «con sus propias manos», asegura el cartel. Un poco más allá está el banco donde pronunció su icónica frase de «los contrarrevolucionarios solo son tigres de papel» cuando era entrevistado por uno de los muchos periodistas occidentales que se acercaban a Yanan. En el auditorio, donde un millar de personas se apretaban en bancos de madera, consiguió que su pensamiento quedara grapado a la Constitución del partido durante el congreso de 1945. Solo Xi ha repetido la hazaña en vida.

TIEMPOS DUROS / «Esta gente sacrificó sus vidas. China no sería lo que es hoy ni nosotros viviríamos tan bien sin ellos», asegura Zhang, un militar retirado de 76 años. Se confiesa muy emocionado, solloza y se disculpa: «Siempre me pasa lo mismo». «Eran tiempos duros pero felices, solo pensábamos en hacer nuestro trabajo y si teníamos una manzana la compartíamos con los camaradas».

Los sucesores de Mao admitieron sus excesos y enterraron su herencia bajo reformas económicas, pero también estimularon su culto. Aún buscan en él la legitimación que Dios daba a los monarcas absolutistas. Generaciones de chinos han crecido sin más credo que el del partido, estudiando sus gestas y entonando himnos. China publicita los aniversarios de la Larga Marcha y las victorias bélicas y silencia desvaríos como la Revolución Cultural o el Gran Salto Adelante. El balance oficial es que tuvo un 70% de decisiones justas y 30% equivocadas. A Yanan llegan los que perdonan todo.

La estatua gigante de un joven Mao con los brazos en jarra y escrutando el horizonte preside la inmensidad de cemento frente al Museo Revolucionario. Un grupo de jóvenes del partido prometen al unísono que nunca traicionarán sus directrices junto a reproducciones de Mao, Zhou Enlai, Zhu De, Liu Shaoqi y otros del santoral revolucionario. En el museo se muestran cañones, rifles y metralletas, los utensilios cotidianos de Mao y los recios abrigos verdes que aún se ven en las tiendas de segunda mano de Pekín. No hay referencias a los capítulos oscuros del maoísmo ni se explica que muchos de los que figuran en las fotos fueron purgados después. La tienda de recuerdos ofrece estatuas de Mao de todos los tamaños, cubertería, camisetas o el icónico Libro Rojo con estruendosas canciones de la época de fondo. Esa orgía capitalista en la cuna del socialismo es una metáfora de la deriva nacional.

El turismo ha rescatado de la irrelevancia a esta ciudad de dos millones de habitantes. El Gobierno local invirtió 15 millones de dólares en el 2008 para construir museos y plazas y el caudal de visitantes no ha cesado. Las cifras oficiales aseguran que 40 millones de chinos visitan la zona cada año, entre ellos más de 300.000 miembros del partido. El sector supone el 4% del PIB local y hay nuevas inversiones.

LA PROPAGANDA / Wang Ning, un doctor de 37 años, ha venido desde Mongolia interior para que su hijo de cinco comprenda la dimensión de Mao. «Prefiero que crezca en estos tiempos, cuando no nos falta de nada. Pero si hubiera vivido en aquellos días, sería más rico espiritualmente», señala. La propaganda subraya la heroica resistencia china para concluir que el partido salvó al país. La China actual no se parece en nada a aquella pero los chinos no ven una ruptura abrupta sino un hilo conductor que enlaza Yanan con la inminente conquista de la cúspide global.