“Que alguien le explique lo que es la cultura alemana. Así esta chica turcoalemana no volverá más por aquí y podremos deshacernos de ella en Anatolia, gracias a Dios”. La audiencia empezó a aplaudir. Con esta agresividad respondía el líder del partido ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD) Alexander Gauland a la comisaria del Gobierno sobre integración, Aydan Özoguz, quien en mayo había afirmado que “no se puede identificar una cultura alemana específica”. Esas palabras hicieron saltar como un resorte a quienes defienden que los valores tradicionales alemanes están amenazados por el islam.

Esta idea no es nueva en Alemania. Desde que la apertura de fronteras del 2015 dio paso a la llegada de más de un millón de refugiados, la mayoría de ellos de credo musulmán, el país ha debatido cuál es la mejor opción de integración. La llegada de una nueva religión con nuevas tradiciones ha reabierto la puerta al debate público sobre la identidad nacional, un tema espinoso desde hace años en el que solo la extrema derecha se ha cebado y en el que resuenan ecos de superioridad cultural. Pero ahora, apenas a 21 días de las elecciones, acapara buena parte de los focos.

Debate electoralista

La salida de tono de Gauland no es casual. AfD pelea por llegar al 10% de los votos y convertirse en la tercera fuerza. En un país en el que cualquier reminiscencia nacionalista ha sido observada con lupa y criticada, la extrema derecha pretende alzarse como voz patriótica con respuestas simples. Pero aunque sean sus exabruptos los que acaparan la atención mediática, lo cierto es que también la Unión Demócrata Cristiana (CDU) que preside la cancillera Angela Merkel también ha instrumentalizado ese discurso etnonacionalista con fines electoralistas.

Thomas de Maizière es el claro ejemplo de ello. El ministro del Interior ha sido la voz más nacionalista del ejecutivo. En abril presentó un plan de 10 puntos para defender la ‘Leitkultur’ (algo así como la cultura de referencia) que incluía desde prohibir el burka hasta aspectos como darse la mano al saludar, defender la relación con Israel y la OTAN o “llamarnos por nuestro nombre”. En Alemania las mujeres casadas aún adoptan el apellido de su marido. Justo esta semana, De Maizière ha pedido limitar la reunificación familiar de refugiados que huyen de Siria.

Además de cumplir un papel dentro de la CDU, las palabras del ministro van en provecho propio. En las elecciones los alemanes votan con dos papeletas: una para la lista de partido y otra para el candidato directo de su circunscripción. De Maizière representa el distrito de Meissen, en Sajonia. Aunque es un candidato casi invencible (ganó en el 2009 y el 2013), su tono cada vez más nacionalista responde a la consolidación ultraderechista en ese estado. Con una estimación del 21% de los votos, Sajonia es donde AfD obtiene sus mejores números en toda Alemania.

Cimientos en la CDU

Por primera vez desde el final de la segunda guerra mundial, la CDU/CSU ve como un partido le come terreno por la derecha. Temeroso de perder el voto más conservador descontento con las políticas migratorias de Merkel, el partido hegemónico en Alemania ha claudicado ante el tono de AfD y endurecido sus propuestas, con lo que no ha hecho más que legitimar a los ultras y su “choque de culturas”.

Pero más allá del caso de De Maizière y de la influencia de la extrema derecha, la defensa de la ‘Leitkultur’ lleva más de 15 años -aunque sin el actual estruendo- en el programa de la CDU y especialmente de la CSU, el partido hermano de Baviera con el que forman coalición. Su propuesta no es de integración, sino de asimilación a la cultura dominante. Los inmigrantes que lleguen a Alemania deben acatar los valores tradicionales del país.

En el 2010 Merkel aseguró que el multiculturalismo había “fracasado”. Los acontecimientos de los dos últimos años parecen haber cambiado su tono, pero no la línea del partido. Mientras otros la han llamado traidora, la cancillera ha intentado hacer equilibrios entre la apertura generosa y las concesiones a los xenófobos. Así, su campaña se centra en mantenerla como referente moral mientras por la puerta trasera su Gobierno avanza una agenda más estricta y restrictiva.