La noche también se dedicó a humanizar al candidato, a pesar de que es posiblemente el que más humanidad desborda de los últimos años. Y también el más conocido, tras casi medio siglo en primera línea de la política. Un hombre con raíces en la clase media, originario de un pueblo industrial de Pensilvania, que ha tenido que sobreponerse a grandes tragedias familiares, como la muerte de su primera mujer y su hija en un accidente de tráfico, una historia con enorme resonancia en estos tiempos de crisis económica y debacle sanitaria. Biden es empatía, como se subrayó una y otra vez, la virtud que más se echa de menos ahora en la Casa Blanca.

“Joe tiene la experiencia, el carácter y la decencia para unirnos y devolver la grandeza a EE UU”, dijo el expresidente Carter. Clinton prefirió contrastar su carácter con el de Donald Trump, al que presentó como un incompetente que se pasa el día viendo la televisión e insultando a la gente en Twitter, un ‘bully’ que nunca acepta su responsabilidad. “Nuestro partido ofrece una alternativa muy diferente: un presidente dedicado al trabajo, con los pies en la tierra y resolutivo. Un hombre con una misión: asumir las responsabilidades, en lugar de desviar las culpas”. El padre de la ‘tercera vía’ no ha perdido su oratoria ni su carisma. Los libros de historia siguen considerándolo un gran presidente, pero este ya no es su partido. Ha virado a la izquierda, una circunstancia que unida a la irrupción del #MeToo, le han convertido en persona non-grata para un sector del electorado demócrata.

Aunque esta vez se entró con algo más de profundidad en el programa de Biden, volvió a quedar claro que estas elecciones son poco más que un referéndum sobre Trump. Varios ex altos cargos de Defensa, incluido el republicano Colin Powell, definieron al presidente como “una amenaza para la seguridad nacional”, invocando sus peligrosas amistades con los peores autócratas y dictadores del planeta. Pero quizá la impugnación más afilada provino de Sally Yates, la fiscal general interina a la que Trump despidió por negarse a implementar su veto a la inmigración musulmana. “Desde que llegó al poder, ha utilizado su posición para beneficiarse a sí mismo en lugar de al país. Ha pisoteado la ley y ha convertido al Departamento de Justicia en un arma para atacar a sus enemigos y proteger a sus amigos”.

El broche final lo puso la esposa del candidato, Jill Biden, una profesora afable y dedicada, como demuestra que siguiera dando clases de inglés cuando su marido fue vicepresidente. Biden habló de la “fe incorruptible” de su marido, de sus valores familiares o de su “imparable fuerza de voluntad”, con las que se sobrepuso a aquel fatídico accidente. Pero sobre todo trató de acercarse a los millones de ciudadanos aquellos que están sufriendo por la pandemia y sus derivadas. “Como madre, como abuela y como estadounidense estoy desolada por la magnitud de vuestra pérdida”. Al final del discurso el candidato la abrazó. “Es el amor de mi vida y la roca que sustenta nuestra familia”, dijo mirando a la cámara.