¿Se puede estar políticamente más a la derecha que Jair Bolsonaro? La vida de Brasil lo demuestra cada vez que resuenan voces neonazis o los deseos de construir una nación casi teocrática. El torrente reaccionario no es nuevo en este país.

A principios de la década de los 30 y en el contexto de la Gran Depresión surgió el movimiento denominado Acción Integralista Brasileña (AIB), que llegó a contar con un millón de miembros. Su líder, Plínio Salgado, quería ser una versión tropical del fundador del fascismo, el dictador italiano Benito Mussolini. En 1938 intentó tomar el poder por las armas. Tuvo que escaparse a Portugal.

Los émulos o nostálgicos de Salgado se han reconvertido al bolsonarismo y exigen al presidente que sea consecuente con su promesa de no negociar nunca con los partidos de centro. Pero resulta que Bolsonaro está en aprietos por su polémica gestión de la pandemia y son muchos los que piden que se le someta a un juicio político.

A los extremistas eso no les importa. Quieren que el giro a la derecha sea radical y lo hacen saber en la gran caja de resonancia en que se ha convertido la red social Parler, muy popular también entre la extrema derecha de EEUU. El propio mandatario y sus hijos recomiendan usarla.

Lo mismo que Olavo de Carvalho, el gurú de los más intransigentes, quien ve al actual Brasil y al presidente estadounidense Donald Trump como frenos a la «globalización comunista». Se reúnen en Parler porque no tiene los límites que han impuesto Facebook, Twitter e Instagram. Afloran ahí los brasileños que piden cerrar el Parlamento y linchar a los miembros del Tribunal Supremo o lanzar ataques contra los homosexuales. Todos coinciden en la negación de la ciencia. La aplicación ya ha sido descargada por casi 40.000 personas en pocas semanas.

Estos usuarios ultras, como Sara Winter, a quien le gusta posar con una metralleta, su fetiche, quieren que el Gobierno se endurezca más. De ahí que lamenten que el secretario de Cultura, Roberto Alvim, dimitiera en enero solo por haber parafraseado en un discurso a Joseph Goebbels, el jefe de la propaganda de Hitler, mientras sonaba la música de Richard Wagner, el compositor favorito del dictador alemán. Igual que el saliente ministro de Educación, Abraham Weintraub, Alvim desprecia sin rubores a los «indígenas» y hasta a los «gitanos».

Aunque la apología del nazismo está considerado un delito en Brasil, según una ley de 1989, la secretaría de Comunicación Social de la Presidencia llamó a la población a burlar el confinamiento durante el comienzo de la pandemia bajo la consigna «el trabajo libera», la misma que encabezaba la entrada al campo de concentración y de exterminio nazi de Auschwitz.

De acuerdo con la antropóloga Adriana Dias, de la Universidad Estatal de Campinas (Unicamp), en junio existían 349 células neonazis en Brasil. Los que participaban en esos grupos superaban las 7.000 personas. La mayoría se encuentran en el sur del país, donde a su vez se ha incrementado de manera exponencial la compra de armas.

Solo entre enero y abril se han registrado 48.300 armas nuevas en todo el territorio. Un número que no tiene precedentes y asusta. En cada movilización -casi siempre sin mascarilla- estos sectores avisan que están dispuestos a todo. Incluso disparar. H