El 1 de enero del 2011, Dilma Rousseff alcanzó la presidencia de Brasil. Cinco años y cinco meses han pasado desde entonces. Un periodo de tiempo en que la mandataria brasileña, que ahora tiene 69 años, ha sufrido un evidente deterioro físico. La tremenda crisis política que ha vivido el país y haber sido objeto de un despiadado acoso político por parte de la oposición han dejado una evidente marca en el rostro de este mujer.

Si hace cinco años, la de Rousseff era una cara tersa y refulgente de felicidad; ahora su faz muestra las huellas de la encarnizada batalla política que ha tenido que librar una mandataria que, en sus años de activista clandestina de izquierdas, fue brutalmente torturada por la dictadura.