«La mejor política exterior es la política interior» es el eslogan del presidente de México Andrés Manuel López Obrador (Amlo). Aunque la realidad interna se retroalimenta también de la acción exterior, tanto ideológica como comercialmente, tal y como refleja la discordante acción exterior del Gobierno mexicano. El asilo a Evo Morales ha impulsado el liderazgo de México entre los gobiernos de izquierda en la región. Un paso al frente que Amlo había rehusado dar ante la insistencia de sus potenciales aliados.

Además de mantener la tradición mexicana de acoger a líderes políticos exiliados, «el asilo a Evo sirve a Amlo para contentar a sus bases de Morena (partido de Gobierno) que esperan ese discurso de apoyo a la izquierda latinoamericana, sobre todo después de asumir una política migratoria represiva que ha diezmado la credibilidad exterior de México», dice Enrique Díaz-Infante, director del Centro Espinosa Yglesias. «Aunque con este gesto México ha ganado legitimidad, los sudamericanos nos siguen viendo muy alejados y cada vez más cercanos a Estados Unidos», afirma.

México apela a la Doctrina Estrada de no intervención en otros países como pilar de su diplomacia, que alcanzó su época dorada en los 70. No obstante, la actual dependencia comercial con EEUU, donde llega el 80% de las exportaciones mexicanas, ha mermado la capacidad de liderazgo del país azteca.

«La sumisión a EEUU nos vuelve superdependientes. Amlo está haciendo malabarismos para cerrar el acuerdo comercial con EEUU y da tumbos en política exterior para no enfadar a Trump», considera el politólogo de la Universidad de México, Jorge Márquez.