«Traen drogas, traen crimen, son violadores». Las palabras que en junio del 2015 Donald Trump usó en el lanzamiento de su campaña para referirse a los migrantes que llegan a EEUU desde México (aunque extendió el origen a «toda Latinoamérica y probablemente de Oriente Medio») fueron solo el pistoletazo de salida. Desde entonces, primero como candidato y luego como presidente, Trump ha protagonizado un auténtico maratón de más de cuatro años de declaraciones y acciones políticas donde ha sido central la demonización y la criminalización del inmigrante, un proceso que combina con el hostigamiento abierto a minorías raciales y étnicas.

La promesa de completar el muro fronterizo con México fue clave para su elección y lo está siendo durante su mandato, igual que los ataques constantes, verbales y con decisiones políticas, a los inmigrantes y las minorías, con la política de mano de hierro, la intensificación de deportaciones y separaciones de familias en la frontera o los esfuerzos, que se ha visto forzado a abandonar, por incluir una pregunta sobre ciudadanía en el censo.

Los ataques a inmigrantes los intensificó especialmente durante la campaña de las últimas legislativas, cuando con varias caravanas de centroamericanos que se dirigían a buscar asilo en EEUU Trump habló repetidamente de «invasión». Ese es uno de los términos que aparecen en el manifiesto vinculado a Patrick Crusius, el imputado por la masacre del sábado en El Paso.

La ciudad, donde más del 80% de la población es hispana, fue mencionada por Trump en el discurso sobre el Estado de la Unión como ejemplo de la efectividad del muro para reducir crimen, afirmación que desmienten la historia y las estadísticas y cuya incorrección le recordaron incluso líderes republicanos locales. En el manifiesto atribuido a Crusius tiene también cabida la idea de que la fuerte presencia de hispanos en Tejas convertirá el estado tradicionalmente republicano en «un bastión demócrata», otra idea que le conecta con el discurso de Trump.