Los presidentes de la península coreana se citaron ayer en la frontera para salvar la cumbre de Singapur que tenía que reunir a Kim Jong-un con el presidente estadounidense Donald Trump. La sorprendente reunión subraya dos aspectos: por un lado, el férreo compromiso coreano en el proceso de paz mientras Trump aún rumia si aparecerá por Singapur. Y por el otro, el tesón de Moon Jae-in, presidente surcoreano.

Los líderes se reunieron en la orilla norte de la localidad fronteriza de Panmunjon, la opuesta a la que sirvió de escenario en la histórica cumbre del mes pasado. Las fotos los muestran en animados diálogos y clausurando la reunión con abrazos y sonrisas amplias. Los contenidos de la reunión serán revelados por Seúl hoy.

La génesis de la cumbre es esclarecedora. Moon y Kim estrenaron la línea telefónica directa que establecieron tras aquella primera cumbre. Pasados unos minutos, Moon se ofreció para desplazarse al norte. Dos líderes que improvisan una reunión sabatina a través del teléfono revelan la nueva y saludable normalidad en la península aún en estado teórico de guerra. La anterior había requerido de semanas de farragosos preparativos diplomáticos. Algo se había torcido desde que ambos se comprometieron el pasado mes a trabajar en la desnuclearización y pacificación de la península. Pionyang canceló semanas atrás una reunión bilateral como protesta a las maniobras militares entre Estados Unidos y Corea del Sur.

Fue el penúltimo desplante que sufrió Moon en su hercúlea misión de pacificar la península con socios tan sospechosos como Kim Jong-un y Donald Trump. El último llegó esta semana después de volar a Washington para preparar la cumbre de Singapur con Trump. Aterrizaba Moon en Seúl cuando se enteró por la prensa de que el presidente estadounidense había cancelado la cumbre por la beligerancia del último comunicado norcoreano. Moon apenas pudo manifestar su perplejidad.