A un año de las elecciones presidenciales en Estados Unidos, se acumulan las preocupaciones para los republicanos. Al proceso abierto en el Congreso para forzar la destitución de su presidente y la baja popularidad que Donald Trump mantiene en las encuestas, hay que sumar los resultados obtenidos por su partido en las elecciones celebradas el martes en cuatro estados del país.

Los demócratas recuperaron las dos cámaras del Legislativo en Virginia, se impusieron en varios bastiones republicanos de Pensilvania y se hicieron con la mansión del gobernador en Kentucky, un estado que Trump ganó por 30 puntos en 2016. El desenlace confirmó también que los conservadores siguen perdiendo apoyos en los suburbios de las grandes ciudades, uno de sus caladeros de votos tradicionales.

Si bien tiene sus riesgos hacer una lectura nacional de los comicios estatales, las elecciones de esta semana eran hasta cierto punto un plebiscito sobre el presidente y su capacidad para movilizar a sus acólitos en un momento tan delicado de su presidencia. Particularmente en Kentucky, donde Trump hizo campaña un día antes de las elecciones para respaldar al gobernador Matt Bevin, un empresario sin experiencia política forjado en las trincheras del Tea Party y muy cercano al presidente en sus planteamientos y su retórica. «Si perdéis, dirán que Trump sufrió la peor derrota en la historia mundial», dijo el presidente el lunes durante su mitin en Lexington. «No podéis dejar que me ocurra eso». Pero eso es precisamente lo que ocurrió.

Además, la ya frágil defensa de Trump ante la investigación para un impeachment abierta por los demócratas en el Congreso sigue recibiendo golpes. Uno contundente ha llegado de su embajador ante la UE, Gordon Sondland, que ha admitido que 391 millones de dólares de ayuda militar a Ucrania se retuvieron como forma de presionar a Kiev para que realizara investigaciones que iban en interés político personal de Trump.