No recordaba Washington una bofetada como la recibida esta semana en el Gran Palacio del Pueblo de Pekín por parte de Rodrigo Duterte. “Y así, en este lugar, sus señorías, proclamo mi separación de EEUU. En el terreno militar, quizá no en el social, pero también en el económico”, clamó el presidente de Filipinas embriagado de solemnidad entre la salva de aplausos.

Los cuatro días de Duterte en China pueden alterar el equilibrio de fuerzas en la región del Pacífico. Filipinas ha sucumbido a la seducción china y abandonado a su cónyuge durante siete décadas. El presidente certificó el fin de una época: “Estabais en mi país por vuestro propio interés. Es tiempo de decir adiós, mi amigo”. Ellenguaraz Duterte va a contrapelo en el gremio de melifluos dirigentes filipinos. Sobran motivos para criticarle, pero la inactividad no es uno de ellos. En unos meses ha puesto del revés al país con una sangrienta guerra contra la droga y lo ha resituado en el plano internacional. En Pekín también alertó de que podría visitar en breve a Vladimir Putin. “Y decirle que estamos los tres contra el mundo. Es la única forma”, aclaró.

CONTROL DE DAÑOS

El fragor de su discurso ha sorprendido incluso teniendo en cuenta sus precedentes. EEUU ya ha pedido que se le detalle la nueva situación. “Vamos a solicitar una explicación sobre qué quiso decir exactamente el presidente cuando habló de separación”, ha señalado el Departamento de Estado. La respuesta llegó pocas horas después a través del ministro de Comercio, Ramon López. “Dejadme que lo aclare. El presidente no habló de separación”, dijo en un esforzado control de daños. Recordó que la excesiva dependencia de su país de EEUU aconsejaba estrechar los lazos con China y el resto de países asiáticos. “Pero definitivamente no detendremos el comercio ni las inversiones con Occidente, ni específicamente con EEUU”.

No es probable que el viraje haya alegrado al Ejército filipino, con una contrastada inclinación golpista. Sus tropas han confiado en las últimas décadas en EEUU para su adiestramiento y armamento. Duterte ha jubilado en la última semana las maniobras conjuntas anuales y amenazado con echar a los militares estadounidenses que luchan contra el terrorismo islamista en el sur del país.

EXCESO DE ENTUSIASMO

Solo el tiempo fijará la frontera entre hiperbólica verborrea de Duterte y la realidad cruda. Algunos expertos aluden a un momentáneo exceso de entusiasmo de Duterte por contentar a su anfitrión. “Será necesario esperar a que encuentre su propia vía basada en sus interacciones con EEUU y China. Pekín parece un buen amigo por el dinero que puede resolverle algunos problemas, pero eso no le convierte en un amigo fiable”, señala Scott Kennedy, director del Centro de Investigación y Negocios y Políticas Chinas de la Universidad de Indiana.

Duterte es ya una piedra en el zapato estadounidense en el Pacífico. El reciente laudo arbitral que negaba los derechos históricos de China en el atolón de Scarborough y la acusaba de violar la soberanía nacional filipina ha sido enterrado por Duterte. Ya solo Washington persiste en exigir su cumplimiento. Los conflictos se resolverán por mecanismos bilaterales “amistosos”, la fórmula defendida por Pekín, se anunció ayer.

ANTIAMERICANISMO Y PRAGMATISMO

Múltiples razones explican el giro filipino. Al antiamericanismo de Duterte se añade el pragmatismo. Solo Pekín puede ayudar a Manila en su lucha contra la droga y en las inversiones necesarias para levantar un país conocido hasta ahora por exportar mano de obra barata al continente. Duterte y cientos de empresarios regresan este viernes con contratos por más de 13.000 millones de dólares y con el fin de las barreras a la entrada de fruta y otros productos aprobadas en lo más crudo de las tensiones territoriales.

La operación de Duterte se resume en su discurso ante la comunidad filipina de Pekín: “No les pediré ayuda a los chinos, pero si ellos me preguntan si la necesito… por supuesto, les diré que sí, que somos muy pobres. Nunca más iré a EEUU. Allí solo somos insultados”.