Tres meses ha durado el idilio alumbrado en Florida. La lógica geopolítica ha devuelto a China y Estados Unidos la aridez previa a la cumbre presidencial en el complejo de Mar-a-Lago. Xi Jinping, líder chino, ha aclarado a Donald Trump, su homólogo estadounidense, que un conjunto de “factores negativos” está arruinando la relación bilateral.

Ambos dirigentes han hablado esta mañana por teléfono después de que Trump haya dedicado dos semanas a pisar todos los callos de Pekín: Hong Kong, Taiwán, las islas del Mar del Sur de China… El detonante ha sido el envío del imponente destructor USS Stethem a las convulsas islas Paracelso para lo que Washington califica eufemísticamente como ejercicios de libertadde navegación.

El destructor habría entrado dentro de las doce millas náuticas del islote Tritón, el límite fijado por la normativa internacional que reclama Pekín y Washington ignora. No es un ejercicio casual a pesar de que la Casa Blanca insista en que estaba planeado desde hacía semanas: ese islote es clave en la estrategia china de militarización de la zona. Y hasta allí ha enviado Pekín sus buques de guerra como respuesta. Un comunicado oficial chino exige “el fin inmediato de esas acciones provocadoras que violan la soberanía y ponen en peligro la seguridad nacional”.

ESTRATEGIA VOLÁTIL

La estrategia de Trump en el Mar del Sur de China es tan volátil y desconcertante como tantas otras. Su política de “América lo primero” parecía jubilar el giro al Pacífico con el que Obama había atosigado a China en su patio trasero. Pero su posterior aumento elefantiásico del presupuesto militar multiplicó la fuerza de su Armada, cuyo destino más lógico es el Pacífico.

Mar-a-Lago finiquitó las reticencias propias del desconocimiento y la distancia. Tras compartir un fin de semana, el millonario neoyorquino calificó a Xi de un “gran tipo” con el que tenía “mucha química”. Siguieron semanas de vino y rosas, con Trump retirando las acusaciones sobre China de manipulación monetaria y esta abriendo la puerta a la carne de vacuno y gas natural estadounidense.

La trumpología, una ciencia de difíciles pronunciamientos perdurables, señala a Corea del Norte como causa del divorcio. La Casa Blanca, aseguran los analistas, no está satisfecha con los esfuerzos chinos para embridar a Pionyang. Sólo China puede arrastrar a Corea del Norte hasta la desnuclearización, asegura Trump y los halcones de Washington. La teoría es tercamente desmentida por los expertos y los hechos, que desde hace años subrayan el abismo entre Pekín y Pionyang.

Estados Unidos se ha esforzado en evidenciar que algo se ha torcido. En los últimas semanas ha aprobado una venta de armas a Taiwán por 1,3 mil millones de dólares, sancionado a un banco chino por presunta colaboración en el blanqueo de dinero norcoreano, exigido que se respeten las libertades y derechos de Hong Kong, señalado a China como uno de los principales focos de tráfico de personas y condenado su militarización en las islas artificiales.

UNA SOLA CHINA

De la llamada matutina no se conocen más que las previsibles y vacuas formalidades filtradas por la Casa Blanca y la agencia oficial Xinhua. Xi habría recordado la importancia de que Estados Unidos gestione sus relaciones con Taiwán ateniéndose al principio de una sola China, según Xinhua. Trump habría pedido un compromiso más firme en la desnuclearización de la península norcoreana y relaciones comerciales más equilibradas, según la Casa Blanca.

Se desconoce si el tono de la llamada conservaba esa química de Mar-a-Lago. Habrá que esperar poco para comprobar cómo resiste la sintonía entre Xi y Trump los embates del tiempo y la geopolítica. Esta semana se encontrarán en Hamburgo durante la cumbre del G-20.