En plena desescalada de las restricciones impuestas contra el coronavirus, plasmada este fin de semana con la reapertura parcial de la economía en una treintena de estados, la Administración de Donald Trump continúa echando balones fuera sobre su cuestionada gestión de la crisis. El secretario de Estado, Mike Pompeo, dijo el domingo que hay «una enorme cantidad de pruebas» de que el nuevo coronavirus se originó en un laboratorio chino de la provincia de Wuhan. Pompeo no aportó ninguna, pero su Gobierno espera presentar esta semana un informe con evidencias «concluyentes» al respecto. El recrudecimiento de las tensiones con Pekín coincide con la revelación de un documento gubernamental interno que predice una explosión de los casos de covid-19 durante el mes de mayo.

Los mensajes de la Casa Blanca respecto a China han entrado en directa contradicción con el análisis de los servicios de Inteligencia, después de que la semana pasada se alinearan con el consenso científico al asegurar que no hay pruebas de que el virus fuera manufacturado o genéticamente modificado. La disonancia de criterios no ha impedido que la Administración continúe cargando las culpas a China, a pesar de que EEUU sigue siendo el epicentro mundial de la pandemia, con casi 1,2 millones de contagios y 68.000 fallecidos, una cifra que supera a los estadounidenses muertos durante la guerra de Vietnam (1964-1975) y que el propio Trump ya eleva a 100.000. «China ha cometido un terrible error. Trataron de ocultarlo. Es como un incendio, no pudieron extinguirlo», dijo Trump.

GUERRA COMERCIAL / Un reciente informe del Departamento de Seguridad Interior obtenido por Associated Press sostiene que la jerarquía china «ocultó intencionadamente la severidad» de la epidemia desde principios de enero. Una postura que habría adoptado para poder hacer acopio de material médico sin tener que competir con otros países, según la lectura de la Administración. La Casa Blanca quiere pasar de la retórica a la acción y no descarta pedir compensaciones económicas o reactivar la guerra comercial con Pekín.

La búsqueda de chivos expiatorios está yendo acompañada de una defensa numantina de la gestión de la crisis, a medida que crece en las encuestas la desafección con el liderazgo del presidente. Después de que el empresario Jared Kushner dijera que la gestión del coronavirus es una «brillante historia de éxito», palabras que algunos medios tildaron de burda propaganda, Trump dijo ayer que ha recibido «grandes halagos» por su manejo de la situación. «Especialmente por nuestra gran producción de los respiradores que desesperadamente necesitábamos, la construcción de hospitales y camas de campaña y las cosas estupendas que estamos haciendo con los test».

La realidad es bastante más sombría. Un documento interno, filtrado al New York Times, sostiene que a finales de mayo se producirán una media de 200.000 contagios diarios, muy lejos de los 25.000 actuales. El análisis de la agencia de gestión de emergencias (FEMA), basado en los modelos matemáticos del Centro para la Prevención de Enfermedades (CDC), habla también de hasta 3.000 muertos diarios a principios de junio, unas cifras que cuestionan la estrategia adoptada por muchos estados para iniciar la reapertura de sus economías.

Ya el domingo Trump reconoció el aumento de muertos, pero también sostuvo que, de no haber cerrado las comunicaciones con China, habría llegado a cinco millones. Agregó que espera una vacuna antes de fin de año, cuando los científicos creen que tardará un mínimo de 12 meses.