Sostiene Noam Chomsky que mientras miramos al clown, los ultraconservadores hacen su trabajo de desmontar el Estado. Hace unos días, un Congreso dominado por el Partido Republicano anuló los controles impuestos a los grandes bancos tras el hundimiento de Lehman Brothers. Mientras Donald Trump insulta desde su cuenta de Twitter, cancela cumbres por sorpresa y cuestiona a las agencias de seguridad de su país, los ultras imponen su agenda en todos los ámbitos. Es el triunfo del negocio.

En el exterior se agrava el tono de una política cada vez más belicista que tiene en su punto de mira a Irán. Hablamos de gas y petróleo, como en Irak en el 2003. No se confundan con las promesas de libertad y democracia, que ese gato por liebre tiene 15 años. La denuncia del acuerdo nuclear con Teherán, ha puesto Oriente Próximo patas arriba (un poco más) y espoleado a un Binyamín Netanyahu con ganas de mambo. No se han cerrado las guerras de Siria y Yemen, ni estabilizado los desastres de Afganistán e Irak, y ya tenemos tambores de combate en Líbano e Irán.

Mientras Oriente Próximo arde, Corea del Norte vuelve a descarrilar. Trump ha suspendido sin consultar a sus aliados la cumbre prevista el 12 de junio en Singapur con el líder norcoreano Kim Jong-un. Es una prueba más de que EEUU ha dejado de ser fiable, de que carece de rumbo más allá de los impulsos de su presidente. Cancelar lo que costó tanto organizar ha dejado perplejo al presidente de Corea del Sur, Moon Jae-in.

Todo nace de un exceso verbal de John Bolton, asesor de seguridad nacional. No se le ocurrió mejor idea que comparar la situación de Corea del Norte con Libia. Tal vez se refería a la desnuclearización, pero sonó a amenaza. Desde el derrocamiento de Sadam Husein y la muerte violenta de Gadafi todo dictador sabe que el verdadero problema es no tener armas nucleares. Kim quiere tener garantías de que no le van a bombardear. Para arreglarlo, el vicepresidente, Mike Pence, dijo que Kim Jong-un podría terminar como Gadafi.

El secretario de Estado, Mike Pompeo, tampoco ha sido de ayuda al condicionar el levantamiento de las sanciones a la desnuclearización de Corea del Norte, algo que pertenece al final de la negociación.

Viejo halcón

Bolton es un halcón. Ya lo era en 2003. Fue uno de los defensores de la invasión de Irak que además de acabar con un dictador terrible (en su día aupado por EEUU) iba a traer prosperidad a todo Oriente Próximo. Los resultados de su empeño son un caso para la Corte Penal Internacional.

Puede ser amateurismo diplomático, o que a EEUU le gusta el juego del poli bueno y el poli malo. Pero tanto zigzag confunde a enemigos y amigos, y a Pekín, que es el actor esencial en el asunto norcoreano. Para los estrategas de la CIA, China será (ya es) el gran rival militar y económico en este siglo. EEUU trata de tejer una red de bases alrededor. Por eso es tan importante Afganistán, como lo son las dos Coreas, Japón y Filipinas.

En esta semana belicista, Pompeo amenazó a Irán con «las mayores sanciones de la historia». El secretario de Estado da por buena su propia versión, no refrendada por los verificadores de la Agencia Internacional para la Energía Atómica, y acusa a Teherán de hacer el mundo más inseguro.

En su guerra contra los ayatolás, EEUU se erige en policía global y amenaza con sanciones a todas las empresas y países que hagan negocios con Irán, incluidos los países que se mantienen el acuerdo. Es un ataque directo a Europa.

En este caso el poli malo es Bolton, a quien alguna viñeta caracteriza con un bigote (lo tiene frondoso) formado por la palabra «war», y el bueno debería ser Pompeo. Los optimistas creen que EEUU trata de forzar un nuevo pacto en el que las cautelas que impiden a Irán fabricar armas nucleares pasen de 10 años a definitivas, y que los iranís se retiren de Siria (donde han ayudado a derrotar al Estado Islámico) y de Yemen.

Zanjar el obamanismo

En el acuerdo nuclear están China, Rusia, Francia, Reino Unido, Alemania y Obama (EEUU). No solo se trata de desmontar los controles que impiden la barra libre en los negocios; la obsesión es liquidar cualquier vestigio de obamanismo. Las esperanzas de un milagro salvador se concentran en que el fiscal especial Robert Mueller encuentre pruebas de que Trump violó la ley (acabaría como Nixon) o que los votantes le echen del poder en el 2020. Por la experiencia que tenemos en España no hay que confiar demasiado en los votantes.