El mal sueño para los habitantes de Qaraqosh, una ciudad delnorte de Irak, a 51 kilómetros de Mosul, empezó en el 2014. Era verano, agosto para más señas, y la población, en su mayoría cristiana a excepción de 10 familias musulmanas chiís, fue sorprendida por los primeros bombardeos del Estado Islámico (EI).

La familia Jadar, cristiana, decidió enviar a dos de sus hijos con un pariente, en aras de su seguridad, y se quedó con la más pequeña,Cristina, de tres años, pensando que estaría más protegida con sus padres.

Nada les hacía presagiar lo que les quedaba por vivir. O convertirse al islam o morir era la disyuntiva que les plantearon los yihadistas radicales cuando tomaron la ciudad. Los que pudieron, escaparon sin dudarlo, dejando detrás suyo casas y posesiones que los islamistas acapararon sin miramientos. Los que se quedaron pasaron a estar sitiados.

Ariadna Blanco, delegada en Catalunya de la organización Ayuda a la Iglesia Necesitada, fue la que, en su desplazamiento a Irak, escuchó en primera persona a Aida Jadar, la madre de Cristina.

Cuenta Ariadna que Aida es la imagen de la muerte en vida y su foto da perfecta cuenta. El 22 de agosto del 2014, los soldados del EI subieron a todos los cristianos de Qaraqosh en un autobús y, con la excusa de llevarlos a un centro de salud, salieron de sus casas sin oponer resistencia. Les registraron y desposeyeron de todas sus pertenencias materiales, desde ropa a documentos y dinero, pero a Jaida, además, se le llevaron la vida.

UN TESTIMONIO DESGARRADOR

"De pronto el conductor vino hacia mi y me arrancó a Cristina de mis brazos", explicó la mujer cristiana iraquí a Ariadna. Aida imploró por la niña, le preguntó al captor para qué quería a una pequeña de tres años. "El terrorista me dijo que se la llevaría al Príncipe", añadió la víctima que, efectivamente, lo único que sabe es que su hija fue vendida a una familia musulmana de Mosul.

Es lo único que han podido averiguar. Los cristianos, entre los que se encontraban los padres de Cristina, fueron abandonados en el desierto. Caminaron siete horas sin comer ni beber -tal y como relata Aida-, hasta dar con una carretera que los llevó hasta la localidad de Erbil.

La delegada de la organización Ayuda a la Iglesia Necesitada asegura que, durante el tiempo que estuvo con Aida, la mujer no paró de llorar ni un instante. Llorar y rezar, convencida de que Cristo le devolverá a la niña. Y Ariadna, tal y como le prometió, también reza y, sobre todo, lleva su testimonio allí donde va ella para que la dura realidad de los cristianos en Irak no quede silenciada.

La historia de Nabil Haddad, un refugiado sirio en el Líbano, no se queda atrás en dramatismo. "Los cristianos somos moneda de cambio en la guerra de Siria", lamenta. Cuando mataron a su hermano, sacerdote, Habil recibió una caja con su mano y una cruz tatuada en la muñeca.