«Abandono la pelea por la presidencia de EEUU pero no abandono la lucha». Con este mensaje Elizabeth Warren anunció ayer la suspensión de su campaña, un adiós que llega tras meses en que su candidatura ha ido perdiendo fuerza y opciones y dos días después de que los paupérrimos resultados en el supermartes, incluyendo un tercer puesto en el estado de Massachusetts por el que es senadora, cerraran cualquier camino viable a la nominación. Y la suya es una despedida de fuertes consecuencias pero también de trascendentales implicaciones políticas en EEUU.

Armada de planes concretos y detalladas y progresistas propuestas políticas para acometer su promesa de «un gran cambio estructural» y una decidida lucha contra la corrupción, Warren tenía una buena organización de campaña. Pero los resultados en las primeras citas fueron decepcionantes. Y su retirada deja de facto la decisión sobre la nominación presidencial demócrata como el duelo entre Bernie Sanders y Joe Biden, entre el ala más a la izquierda y la moderada, donde no ha encontrado el espacio intermedio.

Por ahora la pregunta más trascendental es si Warren dará su respaldo a Sanders, con un ideario más alineado al suyo pero con tensiones entre ambos que han ido escalando en la campaña, o a Joe Biden, el favorito del establishment. De momento, se niega a contestarla. «Respiremos hondo y pasemos un tiempo reflexionando. No tenemos que decidir en este momento», dijo ayer. Warren ha prometido que «más adelante» tendrá «mucho que decir» sobre el tema que el género puede haber jugado en esta carrera.