Todo estado sólido amenaza con desvanecerse en el aire latinoamericano. El subcontinente bulle. Ha entrado desde octubre en un ciclo de estremecimientos y fatalidades. La protesta no ha surgido de la nada. En Ecuador y Chile se repudia en las calles la agenda neoliberal. En Bolivia es el mismo programa económico denostado en los dos países vecinos el que parece imponerse ahora, tras la conjura. Y hay que sumar las crisis política en Perú, con el cierre del Congreso, y las turbulencias que se asoman en Paraguay y Colombia.

El eje Donald Trump-Mauricio Macri-Jair Bolsonaro-Iván Duque y Sebastián Piñera se ha resquebrajado, pero lo que asoma en el horizonte no se emparenta con el ciclo de gobiernos calificados de populistas que dominaron la escena en los primeros lustros del siglo.

Tras la revuelta ecuatoriana contra la agenda del Fondo Monetario Internacional (FMI), la ola de indignación colectiva se trasladó a Chile, nada menos que el ejemplo canónico de la economía de mercado. Su nombre ha lucido en el cuadro de honor de la OCDE. En medio de las barricadas y las respuestas desmedidas del Estado que hicieron recordar a la dictadura del general Augusto Pinochet, la hoguera política se ha extendido, aunque por otras razones, a la vecina Bolivia. Allí, la restauración conservadora establece un punto de quiebre diferente en la región.

De nuevo América Latina ha mostrado las dificultades que tienen sus instituciones para evitar las peores salidas a sus conflictos. El mal desempeño de la Organización de Estados Americanos (OEA), sumado a la desaparición de los mecanismos regionales que una década antes contribuyeron a evitar una guerra civil en Bolivia, como la Unasur, explican el modo en que Evo Morales ha abanado el poder.

Las rupturas institucionales no son totalmente novedosas si se tiene en cuenta que hace diez años, en junio del 2009, el presidente hondureño, Mel Zelaya, fue sacado en pijama de su casa por soldados que lo dejaron en la puerta de un avión que lo trasladó a Costa Rica con la prohibición de regresar a su país.

Con Morales, el mecanismo ha sido menos esperpéntico: el alto mando militar le recomendó que se fuera. El Palacio Quemado está ahora ocupado por una derecha con afanes de revancha. Su caída se ha comparado más con los golpes clásicos. Solo han faltado los tanques y las proclamas con música marcial.

El caso de Morales es una excepción a la regla de la inestabilidad y que tiene como antecedentes el juicio político sin posibilidades de defensa que sacó de la presidencia paraguaya a Fernando Lugo, en el 2012, y el proceso similar que se llevó a cabo en el Congreso brasileño cuatro años después contra Dilma Rousseff, a pesar de la ausencia de pruebas. En los tres casos, EEUU no tardó en reconocer con beneplácito a las autoridades provisionales surgidas de un orden institucional alterado.

José Natanson, director de Le Monde Diplomatique, edición Cono Sur, constata que después de más de tres décadas de recuperación democrática en América Latina, el poder militar preserva su capacidad decisoria en algunos países: «el hecho de que Nicolás Maduro siga en el Gobierno y Evo haya sido depuesto no se explica por la popularidad ni el respeto democrático, mayores en el boliviano que en el venezolano, sino por el hecho de que el primero controla a los generales, sobre todo a los que cuentan con manejo de tropa, y el segundo no». Ahora la oposición venezolana espera contradecir este análisis y que se repita en su país el caso de Bolivia.

Otro factor aparece asociado a las derivas institucionales. La satisfacción con la democracia es cada vez menor en la región. Solo un 48% la considera una «forma preferible» de Gobierno. En Brasil y México, respectivamente, es apenas ponderada por el 34% y 38% de sus habitantes, según el último estudio.

A diferencia de Chile, Argentina no estalló en las calles sino en las urnas y puso fin al experimento neoliberal de Macri. La victoria de Alberto Fernández, con Cristina Kírchner como vicepresidenta, rehace el mapa político con una particularidad: si el 24 de noviembre se impone la derecha en Uruguay, Argentina estará rodeada de vecinos de signo contrario.

El brasileño Jair Bolsonaro se ha ensañado con Fernández antes de que el argentino asuma el cargo, lo que ha provocado una tensión inédita entre ambos paíse. Otra novedad en esta etapa de fricciones que se ha abierto en la región y que puede abrir brechas más inquietantes.