Estación de Sheng Shui, en Hong Kong, una mañana cualquiera. Del tren bajan decenas de viajeros con maletones, enfilan la salida en ordenada carrera y se desperdigan por las calles aledañas. Unos van a las tiendas y centros comerciales, otros a destartalados almacenes. Todos regresarán en breve al interior dejando atrás cartones, plásticos y embalajes en las calles y la desesperación en los vecinos.

Las masivas protestas que vive desde hace dos meses la excolonia no han afectado en nada a la vigencia del comercio paralelo. Nuestro estrapelo. Miles de chinos del interior cruzan cada día la frontera desde la megalópolis Shenzhen hasta las primeras paradas en suelo hongkonés.La ausencia de impuestos permitirá sacarles un buen rendimiento al otro lado. Parece el negocio perfecto que satisface la demanda con la oferta y estimula la economía de una ciudad dormitorio. Pero el comercio paralelo ha levantado en armas a Sheng Shui y es visto desde Hong Kong como el epítome de la creciente influencia continental.

En Sheng Shui recuerdan cómo empezó todo. La epidemia del síndrome respiratorio agudo había golpeado a Hong Kong y China estimuló el turismo desde el interior en el 2003 permitiendo la entrada y salida sin limitaciones. Y en el 2008 llegó el escándalo de la leche en polvo contaminada con melamina. El pliego de cargos es extenso. Los vecinos culpan al comercio paralelo de disparar los precios de la vivienda o de arrasar con negocios. Es difícil encontrar una frutería entre tantas perfumerías, farmacias, joyerías...

Las autoridades de Pekín y Hong Kong han legislado para embridar el fenómeno. Han impuesto dimensiones máximas a las maletas, retirado el visado multientrada por otro que solo permite una visita semanal e instalado cámaras de reconocimiento facial en la frontera. Pero la oposición denuncia las inspecciones laxas y las lagunas informáticas en el sistema de visados. Sheung Shui, Yuen Long, Tuen Mun, Sha tin y otras localidades del cinturón fronterizo han encadenado manifestaciones en los últimos años. Las últimas protestas llegaron hace unas semanas. Los jóvenes se encararon con los compatriotas del interior y les conminaron a marcharse antes de las ya litúrgicas zurras con la policía.

El Gobierno hongkonés contestó el mismo día las acusaciones de pasotismo.