"¿Cómo que fueron 70 años de fiesta?", se pregunta con enojo la señora. Es lo que dijo Mauricio Macri. El todavía presidente machacó durante su campaña electoral que el origen del mal argentino se remonta a los años 40 del siglo pasado, cuando del subsuelo emergió el movimiento liderado por Juan Domingo Perón. Desde esos años se escucha "un grito de corazón" en las calles. La marcha que la abuela y su nieto cantan como un padrenuestro y en la que se agradecen los "principios sociales" cuyas bases estableció el coronel "combatiendo al capital" y al comunismo al mismo tiempo. La "marchita" suena otra vez con fuerza en estas horas que renace la ilusión de lo que los históricos adversarios siempre han visto como "carnaval" cobrizo, jolgorio populista, derroche del fisco o, en palabras de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, dos de los más grandes escritores de este país, "la fiesta del monstruo".

Perón gobernó entre 1946 y 1955, cuando fue derrocado por un golpe militar. Retornó al país desde el exilio madrileño en 1973 en medio de un país convulsionado. Murió un año más tarde sin poder resolver entuertos y comenzó el mito que Macri, y no solo él, ven como un síntoma y una enfermedad a la vez. El cadáver fue inhumado en el cementerio de la Chacarita, cerca del corazón geográfico de la ciudad de Buenos Aires. En 1986 abrieron su tumba y le cortaron las manos. Nunca se esclareció el hecho. Lo cierto es que aunque el féretro ha sido trasladado a una finca en la periferia bonaerense, donde se ha levantado un museo, todavía hay personas que lo van a "visitar" a Chacarita como si quisieran en esa peregrinación sin destino encontrar una respuesta a los enigmas del presente.

"No está más acá", le dicen a la señora y se va con sus flores a otro cementerio, el de la Recoleta, a unos cinco kilómetros, donde yace Evita. Total, Perón, su huella, está en todas partes y ninguna. Se lo cita, invoca o denigra. Es la palabra mágica y demonizante. El diputado macrista Fernando Iglesias ha escrito un libro que los simpatizantes del presidente leyeron con fruición estos años. "Es el peronismo, estúpido", se titula. Según Iglesias "el peronismo es un virus estatal mafioso" que "genera atraso, el atraso genera frustración, la frustración genera peronismo". Un perro que se muerde la cola.

"PERONISMOS"

El filósofo y narrador José Pablo Feinmann, autor de 'Peronismo. Filosofía política de una obstinación argentina', reconoce grandeza y profundas miserias de esa fuerza política telúrica. El sociólogo Alejandro Grimson, en su reciente ensayo '¿Qué es el peronismo?' admite que el movimiento político "jamás será atrapado en una frase". Puede ser de derecha, fascista o de izquierda. Hay por lo tanto "peronismos". Renunciar a entenderlo es "no comprender la Argentina". Grimson sostiene que hay un componente emocional superior: el antiperonismo que celebraba el cáncer de Evita en 1952 y hace una década llamaba a Cristina Fernández de Kirchner "yegua" o "chorra (ladrona)".

Apenas asumió el poder Macri, a finales del 2016, en las calles empezó a corearse "vamos a volver" como profecía. Alberto Fernández corrigió la consigna. "Vamos a volver y ser mejores de lo que fuimos". En el verbo se encuentra una de las claves de lo que sucede en este país cada vez que fracasa un experimento neoliberal. Pedro Saborido, autor de 'Historia del peronismo', recuerda: "El movimiento nació pidiendo la vuelta de Perón (preso en una isla en 1945). Evita antes de morir dice: Volveré y seré millones. Después de caer en el 55, el peronismo solo se dedicará a tratar de volver. Dieciocho años iban a tardar Perón y el peronismo para hacerlo. Pasaron más años tratando de volver que estando. Porque esa es su esencia y adicción: volver". Quizá la mejor explicación de este eterno retorno le pertenezca al padre fundador. "No es que hayamos sido demasiado buenos, sino que los que nos han sucedido fueron tan malos que al final hemos resultado óptimos", dijo Perón en 1971. Su frase vuelve a tener sentido otra vez.