Evo Morales llegó ayer a México después de un viaje accidentado, pero su exilio no termina con los problemas y el caos en Bolivia. La nueva etapa del conflicto político tampoco ofrece certezas a los opositores. Las Fuerzas Armadas y la Policía siguen patrullando las grandes ciudades. Sin embargo, la tranquilidad tiene la consistencia de una hoja seca. Aunque de manera tardía, las bases que históricamente han apoyado al dimitido presidente se decidieron ayer a salir a las calles y desafiar los controles de los uniformados.

El Alto, la gran ciudadela que rodea La Paz, se convirtió ayer en el epicentro de las protestas. A casi 4.200 metros sobre el nivel del mar, miles de personas desfilaron con sus whipalas. La bandera de los pueblos andinos que flameó como orgullo estatal mientras Morales estuvo en el poder, y que tras su caída ha sido considerada por los vencedores de la revuelta conservadora un símbolo de la injuria, fue exhibida por hombres y mujeres como señal de resistencia. Los manifestantes descendieron a La Paz bajo la vigilancia de aviones rasantes. «No tenemos miedo». En su marcha no se privaron de presagiarle desgracias a Luis Fernando Camacho, el empresario de la región de Santa Cruz que ha encabezado el movimiento vencedor.

La Central Obrera Boliviana (COB) también exigió la restitución del orden democrático. «De lo contrario -advirtieron- nos veremos en la obligación de declarar huelga general con movilización a La Paz para restablecer la paz social y el respeto de la democracia». La reclamación de la central sindical no tiene un remitente concreto.

GOBIERNO VACANTE / Una de las peculiaridades del «golpe cívico-policial», como lo ha calificado Morales, es que tras su salida del Palacio Quemado y del país el Gobierno sigue vacante. Todavía no han tomado posesión las autoridades interinas que deberían convocar y organizar unas nuevas elecciones que normalicen la vida institucional boliviana.

La vicepresidenta segunda del Senado, Jeanine Añez, se ha autoproclamado la legítima aspirante a la sucesión presidencial porque Morales, su vicepresidente Álvaro García Linera y las autoridades del Congreso han abandonado sus funciones. Para que pueda ser designada, el Movimiento al Socialismo (MAS), el partido que estaba en el poder y controla la Asamblea Legislativa, debe primero aceptar formalmente la renuncia del mandatario. Si el MAS no abre esa puerta, el país continuará en un limbo.

PACIFICACIÓN / En medio de esa nebulosa, Añez redobló sus reclamaciones. «Queremos la pacificación del país, de manera constitucional voy a asumir primeramente la presidencia del Senado. Este fue un movimiento ciudadano y ahora nosotros tenemos la (bandera) tricolor boliviana, queremos trabajar, esto será como el pueblo boliviano lo quiere, un tema simplemente de transición», dijo. Su apelación no logró sacar al MAS de una parálisis que puede ser resultado de la confusión política ante la orfandad de líderes o una táctica deliberada que busque acentuar la acefalía en el poder. «Ya no puede haber desgobierno», levantó la voz Añez. El MAS tiene la llave del quórum.

Camacho convocó a los bolivianos que empujaron a Morales hacia el precipicio a retornar a las calles con un imperativo. «Debemos garantizar la sucesión», dijo, y pidió rodear las inmediaciones del Palacio Quemado, tradicional escenario de los rituales del Gobierno saliente. Javier Zavaleta fue el último integrante de la elite de Morales en abandonarlo. Dejó de ser ministro de Defensa en la medianoche del lunes porque las Fuerzas Armadas terminaron de plegarse al bloque conservador. Según Zavaleta, la responsabilidad de «volver las armas contra el pueblo» será de «aquellos que tomaron esta decisión», entre ellos Camacho y el exmandatario interino Carlos Mesa. Williams Kaliman, el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas que solía adular a Morales hasta que el domingo se olvidó de los cumplidos, dispuso el inicio de las operaciones conjuntas de los militares y la Policía para desactivar el conflicto político.