Meury Rivero es una psicóloga popular en Venezuela. Los programas televisivos la invitan un día para hablar sobre los problemas de los niños en las escuelas y otro acerca de los efectos emocionales del éxodo masivo. Como no podía ser de otra manera, Rivero aconsejó a sus atribulados conciudadanos cómo sobrellevar los trastornos derivados de los apagones, especialmente la falta de agua. «Al no tener cubiertas esas necesidades la persona se desestructura, y se le hace muy difícil conectarse con otras actividades», reconoce. Los esfuerzos son inusuales. «Todos sentimos un cansancio que no sabemos de dónde viene».

La escasez de agua no es nueva en Caracas. Pero con los apagones, que el Gobierno califica de «golpe eléctrico», se ha llegado a una situación cotidiana nunca experimentada. Hay zonas donde el líquido indispensable falta desde el 7 de marzo. La empresa Hidrocapital dice que se realizan ingentes esfuerzos para reactivar el bombeo del sistema de tuberías que abastecen a la capital y sus alrededores. Mientras, la prensa ha denunciado situaciones en las que se ha ido a buscar agua a lugares insalubres como las riberas del río Guaire e, incluso, alcantarillas.

Hay que hacer lo necesario para cocinar o bañarse. Esperar a los camiones cisterna o, estos últimos días, obtener bidones, garrafas o botellas vacías de todos los tamaños posibles. Sus precios han empezado a cotizarse al alza en el mercado negro. Rivero explica que en medio del trasiego se activa en exceso la producción de cortisol, como se conoce la hormona del estrés, «y no tenemos cómo sacarlo». A la gente le duele el pecho y aumenta su presión arterial. Tiene problemas para dormir. Unos carecen de apetito y otros comen todo lo que encuentran.

El ministro de Salud, Carlos Alvarado, reconoció ayer las «dificultades» que tienen algunos establecimientos, como los hospitales, por los problemas en el suministro de agua.