El senador Aloisio Nunes Ferreira, del Partido de la Socialdemocracia (PSDB), al que se le conoce como “monje negro”, entre otras cosas por la vehemencia con la que promovió el juicio político contra Dilma Rousseff, visitó días atrás Washington. El subsecretario para Asuntos Políticos del Departamento de Estado, y exembajador de EEUU en Brasil, Thomas Shannon, fue uno de sus interlocutores. De ellos escuchó el mismo discurso: la Administración del presidente Barack Obama confía en la madurez de las instituciones democráticas brasileñas.

Nunes Ferreira les anticipó los giros que se acercan en la política exterior de su país. Por lo pronto, la Unión Sudamericana de Naciones (UNASUR), que Brasil impulsó como un espacio de integración de autonomía política relativa frente a Estados Unidos,se convertirá en una sigla devaluada. Se cree que un eventual Gobierno del impopular Michel Temer privilegiará ante todo las relaciones con Washington, enfriará sus vínculos con China, y revisará de inmediato la política con Venezuela y Cuba.

La caída del Partido de los Trabajadores (PT) abre la puerta para cambios que entusiasman ya a la oposición venezolana. “Poco a poco la democracia latinoamericana va diluyendo sus pesadillas”, dijo el presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, Henry Ramos Allup. “Sentimos indignación por el juicio político”, expresó por su parte el presidente boliviano, Evo Morales, que avizora tormentas. Por el contrario, sus adversarios ven también en Temer una señal de esperanza.

La dimensiones continentales de Brasil, una de las principales economías del mundo, hacen suponer efectos multiplicados de sus convulsiones internas. En Buenos Aires, La Paz, Montevideo oSantiago de Chile ha aflorado el recuerdo de otro momento en que en Brasil funcionó como laboratorio político de lamentables consecuencias: 1964, el año en que los militares, abrazados a una Doctrina de la Seguridad Nacional escrita en West Point,interrumpieron el ciclo institucional del país por décadas.

Ese modelo se reprodujo luego en buena parte de los países de la región. Claro que la historia no se repite igual, ni como tragedia ni como comedia. No existe la guerra fría. Tampoco el peligro comunista. Pero eso no significa que los acontecimientos brasileños no sienten un precedente y que el fantasma de 1964 sea solo un cuento para niños. Aunque existió el antecedente de la destitución por parte del Senado paraguayo del presidente Fernando Lugo, lo de Brasil, por su protagonismo en el mundo, es distinto. La suerte que corren Rousseff y el PT da cuenta de un nuevo clima que se esparce por la región. Los discursos en favor de la igualdad que se escucharon e interpretaron en Sudamérica de diversa manera pero con ciertos denominadores comunes han cedido el paso a otros desvelos y consignas.

ÉTICA Y MORALIDAD

El problema de la corrupción, por ejemplo, ha adquirido mucha importancia en los debates. Transparencia, ética, moralidad, son palabras que repiten probos y pícaros, republicanos convencidos y simuladores, con la misma intensidad. Hay indignación, pero también sentido utilitario de conjurados. Brasil es ejemplar en ese sentido. Allí se atraviesa un proceso que es como una moneda cuyas caras se retroalimentan: la justicia se ha politizado y la política, “judicializado”. La lógica brasileña promete un efecto de contagio fronteras afuera.

La Organización de Estados Americanos (OEA) ha tomado nota de la situación. El organismo consultará a la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) por el caso brasileño. El excanciller uruguayo y actual secretario de la OEA, Luis Almagro, ha hecho el anuncio después de reunirse con representantes de los tres poderes.

“Tenemos responsabilidades en cuanto a observar el funcionamiento de la democracia en el continente y tenemos que actuar, llegado el caso, cuando hay una alteración del orden constitucional en un país. Por eso el estudio de la legalidad de las causas es fundamental en ese aspecto”, ha dicho. Para Almagro, uno de los puntos que provoca “incertidumbre jurídica” tiene que ver con el alto porcentaje de diputados y senadores brasileños que tienen cuentas pendientes con la justicia.

ECONOMÍA DESARROLLISTA

El fin de la era del PT augura además otro tipo de transformaciones. Los militares que en 1964 derrocaron a João Goulart combinaron su pertinaz anticomunismo con un modelo económico de tipo desarrollista que los sucesivos gobiernos democráticos, inclusive de izquierda, mantuvieron en Brasil con distintos grados de correcciones.

Si se confirman los replanteos o giros drásticos que intuyen muchos analistas, sus repercusiones serán inmediatas en Argentina, el socio estratégico de Brasil en Sudamérica, y más allá de la región. No faltan los que auguran una pronta despedida del BRICS (la alianza que incluye a Rusia, China, la India y Sudáfrica).