Alberto Fernández salió de casa, y condujo su propio coche hasta el Congreso Nacional. Ahí juró como presidente argentino y recibió los atributos de mando de su antecesor, Mauricio Macri. Después se dirigió a la Asamblea Legislativa y al país. «Sin pan no hay presente ni futuro», dijo. Y subrayó que recibe una Argentina «postrada y lastimada», donde «los únicos privilegiados» serán los 16 millones de ciudadanos «atrapados por la pobreza».

El quinto Gobierno peronista se inició ayer con multitudes otra vez en las calles, mientras Fernández prometía reconstruir un «Estado presente» que garantice la «justicia social». Secundado por Cristina Fernández de Kichner, la flamante vicepresidenta, el mandatario señaló que recibe un país con el nivel del PIB per cápita del 2009 y de la actividad industrial del 2006.

Para resolver la enorme crisis histórica «es imperioso resolver el problema de la deuda externa». En el 2016, ese pasivo representaba el 50% del PIB. En cuatro años se ha duplicado. El presidente ratificó la «voluntad de pagar» de su Aministración pero eso no será posible «si el país no crece». En el 2019 vencen 25.000 millones de dólares en concepto de intereses. Recordó, a su vez, que «los acreedores tomaron un riesgo de apostar a un modelo [el neoliberal] que ha fracasado». Reclamó en ese sentido una «relación constructiva» con ellos.

Fernández dijo inspirarse en el mensaje ético de Francisco, un Papa argentino de abierta simpatía con el peronismo. Anunció una política ambiental activa, llamó a eliminar las desigualdades de género y erradicar la violencia contra las mujeres: «Abrazaremos a todos los discriminados». Reclamó que «nunca más» la justicia sea instrumento de «procedimientos oscuros y linchamientos mediáticos» que «persigue según los vientos políticos del poder de turno». En un gesto de gran osadía, decidió intervenir la secretaría de Inteligencia. Y anunció que decretará la emergencia sanitaria.