La sorpresa no es la victoria de Boris Johnson en las elecciones británicas, sino su dimensión: 365 diputados, 39 más de los necesarios para la mayoría absoluta, y la derrota de los laboristas de Jeremy Corbyn, una de las mayores catástrofes electorales de la izquierda británica desde Michel Foot. El lema de la campaña de Johnson ha sido brillante: Get brexit done (Rematemos el brexit), cuyo mensaje subliminal sería «hagamos el brexit de una puñetera vez». Ha logrado desactivar la amenaza del populista Nigel Farage y unir a los brexiters bajo los tories; también ha pescado en distritos remainer, que votaron seguir en la UE en el referéndum del 2016. Han transcurrido tres años y medio de aquel cataclismo y la política y la vida en el Reino Unido siguen atrapadas en un laberinto monotemático. Más que un voto de hartura, lo es de desesperación.

Johnson tiene una doble oportunidad: salir de la UE el 31 de enero, después de que el nuevo Parlamento apruebe su pacto con Bruselas antes de final de año, y unir el país, algo que exigirá inteligencia, tiempo y suerte. Los 365 diputados podrían ser un excelente comienzo. Como alcalde de Londres fue eficaz. Veremos ahora desde el número 10 de Downing Street.

UN POLÍTICO CULTO / El personaje histriónico y el oportunista amoral, que lo es, no deben desviarnos del hecho de que estamos ante un político culto, formado en las universidades británicas de élite, y bastante divertido, en la mejor tradición del sarcasmo británico. ¿Elegirá Johnson ser el primer ministro de todos los británicos tras el brexit oficial o se mantendrá en un ejercicio irresponsable del poder basado en la mentira?

La contundencia de la victoria de Johnson se debe en parte a la extrema debilidad de Corbyn, un tipo sin carisma, el líder de la oposición menos valorado desde 1955. Nunca tuvo opciones. Sus problemas arrancan en el referéndum del 2016, en el que se puso de perfil. La ausencia de compromiso rotundo a favor de seguir en la UE explica en parte lo ocurrido. Corbyn es un brexiter de izquierdas que votó no a la UE en la consulta de 1975. Ha dado tantos tumbos en este asunto que ha confundido a los votantes, muchos de los cuales se quedaron en casa. La participación fue baja, un 67,3%. En la última pirueta sobre el brexit, el líder laborista apoyó un segundo referéndum, pero en el que permanecería neutral.

La victoria de Johnson tiene un gran pero: Escocia, cuyo partido independentista SNP ha logrado 48 escaños, 13 más que en los anteriores comicios. El resto de los partidos suman 11. Su lideresa, Nicole Sturgeon, ya pide un segundo referéndum porque las condiciones del primero cambian con el brexit.

Los tories basaron la campaña en su lema: Get brexit done, y en no meter la pata. Para conseguirlo era necesario no hablar del posbrexit, un asunto que tampoco han explotado los laboristas. El manifiesto conservador es corto y con las ideas claras. El laborista resulta tan largo y lleno de propuestas de peso que es confuso y difícil de digerir. Uno de los analistas señaló que más que un plan de gobierno parecía un plan para cambiar el país en 10 años.

Se le tildó de radical porque incluía nacionalizaciones y mejoras en la protección social. Más allá de sus fallos, lo llamativo es que las propuestas para conservar los derechos y defender el sector público parezcan hoy radicales. El laborismo sigue el camino de gran parte de la socialdemocracia europea. Solo se salvan, y por poco, los nórdicos, y los de Portugal y España.

Lo ocurrido representa un aviso para los demócratas de Estados Unidos, que tratarán de derrotar al presidente Donald Trump en noviembre del 2020. ¿Qué perfil político y personal y, sobre todo, qué programa es el más adecuado para ganar la Casa Blanca, no perder la Cámara de Representantes e intentar el asalto al Senado?

Solo existen dos opciones, una a la izquierda representada por Bernie Sanders (renacido tras el apoyo de Alexandria Ocasio Cortez) y Elisabeth Warren, en dificultades desde noviembre; y otra más centrista con Joe Biden (está muerto, pero él aún no lo sabe), Michael Bloomberg que asciende poco a poco según gasta millones, y el sorprendente Pete Buttigieg, 37 años, homosexual y exveterano en Afganistán.

Hay una tendencia a hablar de oídas, es una de las bases de las redes sociales. O creer que conocemos los países que visitamos como turistas. El cambio de la guardia en Buckingham, el Big Ben o la Torre de Londres no nos dicen nada de los barrios aplastados por la crisis o de los personajes reales que pueblan las películas de Ken Loach.

Pero tenemos un problema mayor, los dirigentes políticos y económicos, sean nacionales o de organismos internacionales, y los gurús (excepto Dominic Cummings, el genio detrás del brexit y de Johnson), tampoco conocen los países sobre los que toman decisiones. Viajan en primera clase y en coches con chófer, viven en hoteles de lujo y se reúnen con personas que piensan, visten y comen como ellos.

Esos dirigentes son los que creyeron que las invasiones de Irak y Afganistán fueron un éxito, o que las bombas inteligentes no matan.