La ministra francesa de Defensa, Florence Parly, anunció la muerte del líder histórico de Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), el argelino Abdelmalek Droukdel, durante una operación del Ejército francés llevada a cabo el pasado 3 de junio en el norte de Mali en la que también fueron neutralizados varios de sus estrechos colaboradores. «Este combate, esencial para la estabilidad en la región, acaba de lograr un gran éxito», escribió Parly en Twitter.

Su cuerpo ha sido formalmente identificado, según el coronel Fréderic Barbry, portavoz del Estado mayor francés. La operación se desarrolló a 80 kilómetros al este de la localidad de Tessalit y contó con la colaboración de los servicios secretos americanos.

Droukdal fue escalando puestos en el yihadismo regional desde las montañas de la Kabilia argelina, en las que se instaló en los años 2000. Actualmente, comandaba el conjunto de los grupos de Al Qaeda del norte de África y los de la franja del Sahel, entre ellos el Grupo de Apoyo al Islam y los Musulmanes (GSIM), yihadistas muy activos en la zona dirigidos desde el 2017 por el tuareg maliense Iyad Ag Ghaly. Fundó la rama de Al Qaeda en el Magreb Islámico para convertirse en una figura de la yihad mundial, según el Counter Extremism Project.

Su desaparición es una buena noticia, pero, según los expertos, no soluciona el problema del terrorismo en el Sahel. «El impacto de la muerte de Abdelmalek Droukdel es sobre todo simbólica. «El problema no es la cumbre de la pirámide, sino el surgimiento de un líder intermedio con figuras que encarnan la yihad en las regiones donde operan» advierte el investigador del observatorio ciudadano de la gobernanza y la seguridad, Baba Dakono.

La presencia militar francesa en el Sahel se centra en la operación Barkhane, que concentra el grueso de sus ofensivas en la zona de las tres fronteras, entre Mali, Burkina Faso y Níger, para frenar el avance del Estado Islámico. El pasado enero, el presidente francés, Emmanuel Macron, pidió un mayor compromiso de los países del Sahel.