Directora, cirujana, abogada, procuradora, magistrada o escritora son nombres corrientes para referirse a estas profesiones cuando es una mujer quien las ejerce. Pero a la Academia Francesa (institución fundada en 1635 por el cardenal Richelieue para velar por la lengua francesa) le ha costado cuatro siglos vencer un tabú y aceptar la versión femenina de oficios, títulos y funciones para que entren oficialmente en el diccionario. «No existe ningún obstáculo de principio a la feminización de los nombres». Con esta comedida frase incluida en el informe de la comisión de estudios de la Academia, y que ha sido aprobado por una amplísima mayoría, se da una respuesta positiva una demanda social creciente: adaptar el lenguaje a la realidad y valorar el papel de la mujer.

Si en 1998 la institución criticó al socialista Lionel Jospin por pedir a las administraciones públicas que usaran el término femenino para referirse a las profesiones donde era corriente hacerlo, 20 años después, los Inmortales, como se conoce en Francia a los miembros de la prestigiosa Academia, son conscientes de que las cosas han evolucionado.

«El hecho de feminizar el nombre de las profesiones no es un combate feminista en el sentido militante del término. Es algo más amplio. Es permitir a las mujeres salir de un malestar lingüístico y poder preguntarse: ¿qué soy? ¿farmacéutico o farmacéutica? Es la libertad de poder referirse a su actividad en femenino», explica en Le Figaro la escritora Dominique Bona, académica y miembro de la comisión que ha redactado el informe. En el mismo diario, la socióloga Margaret Maruani resalta que la medida, aunque simbólica, es relevante porque se puede esperar «menos discriminación y más igualdad» y, en opinión de su colega Danièle Linhart puede reforzar la legitimidad de la mujer en el trabajo y reforzar la idea de que el mundo laboral es «de hombres y de mujeres».

Retraso de la igualdad

Una regla promulgada en 1647 rezaba que «el masculino, siendo más noble, predomina siempre que el masculino y el femenino se encuentren juntos». Y la historia de la lengua revela, según el lingüista Bernard Cerquiglini, un retraso de la igualdad entre hombres y mujeres en Francia respecto a otros países francófonos. «La mujer en la Francia del siglo XIX no tuvo ningún papel público, solo privado. La farmacéutica era la esposa del farmacéutico». La Academia acepta, entre otros, el término de primera ministra con el argumento de que la palabra cancillera se usa para referirse a la mujer que encabeza el Gobierno en Alemania.