No es igual que antes del parón del coronavirus pero París empieza a parecerse algo más a sí misma con la reapertura de las terrazas de bistrós, cafés y restaurantes que muchos ciudadanos ocuparon sin dudar cuando pasaba un minuto de la media noche del lunes. Otros esperaron a la mañana soleada de ayer para recuperar un ritual imposible durante dos meses y medio.

«Lo echaba mucho de menos. París son sus terrazas, como vimos durante los atentados cuando la gente volvió a salir como una forma de resistencia», cuenta Carolina, arquitecta venezolana de 48 años, en el famoso Café de Flore, epicentro de la vida artística y literaria de la Francia de posguerra que Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir contribuyeron a popularizar.

«Ahora valoro más un café aquí con un amigo. Es un lujo», reflexiona. Frente a ella, su amigo Dani, de 42 años, añade: «Hay que salir de la televida y recuperar el contacto humano».

Frédéric, gerente del local, pide a dos clientes que hacen cola, paciencia. «Ahora les preparo una mesa», dice. El protocolo sanitario limita el aforo de las terrazas, el único espacio que los restauradores parisinos pueden abrir.

Gel hidroalcohólico, un metro de distancia, un máximo de diez personas por mesa, camareros con mascarilla y señales en el interior del local para indicar el sentido de la circulación.

Eso reduce a la mitad la capacidad pero el ayuntamiento permite ampliar las terrazas siempre que se respete a los peatones y no moleste a los vecinos. El sector, que genera dos millones de empleos y representa el 7% del PIB, ha sido uno de los más golpeados por la crisis a pesar de los 18.000 millones de euros de ayudas estatales. El 17% de los restauradores dice que no podrá reabrir, según una encuesta, y otros esperarán a septiembre.