Desde que Marine Le Pen fue elegida su presidenta en enero del 2011, el Frente Nacional ha experimentado una dinámica política inédita en su historia. Nunca antes había alcanzado tal éxito electoral, disputándole incluso el primer puesto a los partidos políticos tradicionales en las europeas del 2104, con un 25% de los votos, y en las departamentales del 2015, con un 25,2%.

El número de militantes no ha dejado de crecer (51.000 en el 2015) y su implantación territorial e institucional cobra fuerza con 11 alcaldías, más de 1.500 consejeros municipales, 22 eurodiputados, dos diputados y dos senadores.

La actual candidata a la presidencia francesa ha relanzado el partido con una nueva estrategia que rompe con la de su padre, Jean Marie Le Pen, eliminando del discurso frontista los elementos más molestos vinculados al negacionismo irredento del fundador del partido.

Sin embargo, no ha cambiado de nombre ni de orientación programática. Sus mutaciones, según señala el sociólogo Sylvain Crépon en ‘Las falsas apariencias del Frente Nacional’, no son un fenómeno “excepcional” sino que obedecen a la evolución normal que sigue cualquier organización política.

Cuando en 1972 funda el partido, Jean Marie Le Pen muestra la habilidad de hacer convivir a católicos tradicionalistas, defensores del mariscal Pétain, neonazis y nostálgicos de la Argelia francesa. Reúne a todos los componentes de la extrema derecha sacándolos del “ghetto” en el que estaba enclaustrado desde la Segunda Guerra Mundial, en expresión del analista Jean-Yves Camus.

De algún modo, Jean Marie Le Pen es el rostro de una primera fase de ‘normalización’ que su hija seguirá años más tarde con otros parámetros. El antiguo diputado era un político reconocido en el que el grupúsculo filonazi Orden Nuevo confiaba para ser su escaparate electoral en las legislativas.

HOSTILIDAD HACIA LA INMIGRACIÓN

A partir de 1980, el éxito del Frente Nacional se basa en su hostilidad hacia los inmigrantes, siguiendo una ecuación simplista que considera que la inmigración es sinónimo de inseguridad y de paro. Una línea de pensamiento, presente en la retórica de Marine Le Pen, pero modulada para abolir las connotaciones xenófobas obsesivas en el viejo patriarca.

En los noventa la vida interna del partido está salpicada de numerosos conflictos que se traducen en abandonos sucesivos de destacados dirigentes y culmina con la escisión. La provocó su número dos, Bruno Mégret, en 1999 a raíz de las discrepancias con el fundador sobre la adaptación al “sistema” y la estrategia para conquistar el poder.

La guerra interna, los sucesivos fracasos en las urnas y una mala situación financiera lleva a muchos medios a pronosticar el fin del partido a finales de los años 2000. Pero en abril del 2002, Jean Marie Le Pen resucita al pasar a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales que terminaría perdiendo frente al conservador Jacques Chirac.

Es entonces cuando los franceses descubren por primera vez en la televisión las lágrimas de alegría de la benjamina de los Le Pen, que al ver el frente republicano levantarse contra su padre toma conciencia de un reto que ella misma asumirá más tarde. “Cuando ví a todos esos franceses en la calle para decir no a Le Pen entendí que había que cambiarlo todo”, dijo.

MARINE, COMO OBÉLIX

Pero su entrada en la arena política se produjo mucho antes. Su padre lo explica de manera gráfica con la siguiente frase: “Se cayó en la marmita cuando era muy pequeña”. Fue en la noche de Todos los Santos de 1976, cuando Marine tenía ocho años. El apartamento familiar de villa Poirié ,en el distrito XV de París, reventó por la explosión de 5 kilos de dinamita. Un atentado que, como ella misma cuenta en su autobiografía ‘A contracorriente’ la metió de lleno en la vida política “de la manera más violenta, más cruel, más brutal”.

Una brutalidad que sigue impregnando su carácter y que la llevó en el 2005 a escenificar el primer capítulo de la ruptura definitiva con el padre escenificada a finales del 2014, tras la enésima provocación negacionista de Jean Marie Le Pen sobre la Segunda Guerra Mundial. Marine empieza a preparar la sucesión. Hay que separarse del antisemitismo latente del fundador, deshacerse del “detalle” (esa declaración de Jean Marie Le Pen de que las cámaras de gas fueron sólo un detalle de la Segunda Guerra Mundial) y orientar el discurso hacia una retórica republicana. Olvidar el régimen de Vichy y la guerra de Argelia. Orientarse hacia el terreno económico y el laicismo. Optar por una explicación del mundo más comprensible. Recuperar el vocabulario sindical y el de los alter mundialistas para denunciar una suerte de totalitarismo capitalista.

Es innegable que Marine Le Pen ha transformado el partido, pero en opinión del filósofo Michel Elchaninoff,no ha suprimido los pilares tradicionales de la extrema derecha. Simplemente los ha actualizado. “No ha derribado los muros de la casa para construir una nueva. Sólo ha movido los muebles. No ha renunciado a la extrema derecha. La ha reconstruido con otros ingredientes”, sostiene el autor de ‘En la cabeza de Marine Le Pen’

A su juicio, su postura “ni de izquierdas ni de derechas” resucita uno de los componentes más importantes de la extrema derecha: el del socialismo nacional. “Ha convertido el pensamiento de la extrema derecha en algo más sólido y más ambicioso. Marine Le Pen no la ha liquidado, sino que le ha dado nuevas fuerzas”, concluye.