La han amenazado de muerte, a ella y a sus hijos. Le han proferido insultos racistas y hasta un aristócrata ha llegado a poner precio a su cabeza. Nada, sin embargo, ha arredrado a Gina Miller, la mujer que salió ayer de la Corte Suprema de Londres como una heroína nacional. La financiera de 51 años , nacida en la Guayana británica, se ha convertido en el azote de los eurófobos en los tribunales.

La última sonada victoria es la conseguida ayer en el alto tribunal londinense cuando los magistrados, en consonancia con sus planteamientos, fallaron que la suspensión del Parlamento decretada por el primer ministro Boris Johnson es ilegal. Miller recurrió ante los tribunales esta decisión sostenida por el antiguo 'premier' conservador John Major, también abiertamente eurófilo.

Con anterioridad, en el 2016, anotó su primer gran hito al obligar al Gobierno encabezado por la conservadora Theresa May a consultar al Parlamento cualquier decisión relacionada con el proceso del 'brexit'. Sus detractores le reprochan querer boicotear la salida del Reino Unido de la Unión Europea, una decisión avalada por el 52% de los británicos.

Compromiso político

Gina Miller respiró compromiso político desde que era una niña. Su padre, Doodnaught Singh, fue fiscal general en la Guayana británica. A los 11 años fue enviada a estudiar a Inglaterra donde, años después, trabajaría a tiempo parcial como camarera para ayudar a su familia, aquejada de problemas económicos.

Ha estado casada en tres ocasiones y tiene tres hijos. Antes de crear su propio fondo de inversión, Miller ha trabajado en oficios tan diversos como camarera y modelo.

Antes de que el 'brexit' la ensalzara por los dos fallos judiciciales atesorados, la financiera ya era conocida por su implicación en las campañas por la transparencia en el sector financiero. Aunque, como ella misma reconocía en una reciente entrevista, el 'brexit' le "ha cambiado la vida".

Gina Miller ha lamentado vivir en un país donde todavía son capaces de gritarle insultos racistas para desacreditarla. Pero como buena activista, añade que está acostumbrada a recibir golpes. El peor de llevar, quizá, es la amenaza a sus hijos, a los que ha decido proteger con seguridad privada.