Por ambos lados de la roca —porque eso más que un monumento es un trozo de piedra— pasan centenares de coches a toda velocidad. En ese tramo de la avenida no hay semáforos, así que nadie tiene tiempo para detenerse a mirar ese rectángulo extraño con letras, situado en medio de la nada y rodeado de desechos de obra.

Esta escultura, posiblemente la más austera de Moscú, una ciudad repleta de monumentos enormes, representativos del colosal tamaño de la ciudad, es la única que puede recordar a sus ciudadanos lo que pasó durante cuatro días de agosto de 1991, cuando para detener la Perestroika y la democratización de la Unión Soviética, varios altos mandos militares y del Kremlin intentaron —sin éxito— llevar a cabo un golpe de Estado contra el Gobierno del presidente Mikhail Gorbachov.

En la intentona murieron tres chicos: Dimitri Alexiévich Komar, Ilya Marátovich Krichevskiy y Vladímir Alexandrovich Usov, que fueron condecorados por el mismo Gorbachov tras el golpe y para los que se levantó esta placa, situada en el lugar donde los tanques los atropellaron.

Solo una vez al año —desde hace 24— un grupo de personas va a visitarlos, para recordar, como reza el monumento, que «aquí murieron, en agosto de 1991, tres defensores de la democracia en Rusia». Pero ayer, por primera vez, no les dejaron.

MARCHA ANUAL

El Ayuntamiento de Moscú prohibió esta pequeña marcha anual, que partía desde la Casa Blanca, el edificio desde donde el que sería el primer presidente de la Rusia postcomunista, Borís Yeltsin, pronunciaba sus discursos, hasta la pequeña estatua, aludiendo que las obras en la ciudad impedirían su fluidez.

«La verdad es que no sé lo que pasó el 19 de agosto de 1991. Perdona, pero es que, para estas cosas, tengo muy mala memoria», dice Katia, de 22 años. «Si te soy sincera, no veo mucho las noticias», se justifica. Sin embargo, aunque lo hiciese, esta joven graduada seguramente tampoco sabría claramente lo que ocurrió ese verano, el último del país bajo la bandera roja.

Los sucesos del 19 de agosto de 1991 raramente aparecen en los medios rusos, solamente en ocasiones muy concretas, lo que ha provocado que la nueva generación, nacidos tras la caída del Muro, los hayan olvidado.

Según una encuesta del centro ruso de estudios sociológicos Levada, el 48% de los rusos no sabe nada de este suceso: 70 de los 140 millones de los habitantes que tiene el país. De los que sí lo conocen, no obstante, más de la mitad no sabrían valorar sus efectos.

«Los jóvenes nos hemos desentendido de la política y de nuestro pasado. Se vive más tranquilo así. Yo, por ejemplo, estudio periodismo en la universidad, pero me gustaría más dedicarme al periodismo musical o de moda, alejado de la política», asegura otro joven.

CIERTA NOSTALGIA

Pero generación que sí vivió en carne propia el intento de golpe de Estado, aún lo recuerda; y con cierta nostalgia: «La primera noche, antes de irme hacia la Casa Blanca a defender a Yeltsin, llamé a mi madre al trabajo para decirle que no se preocupara, que no me pasaría nada, aunque yo estaba muy preocupada y tenía miedo. Pensábamos que los militares podrían dispararnos en cualquier momento, sobretodo cuando nos enteramos de que tres jóvenes habían muerto aplastados por los tanques. Pero fuimos, porque estábamos emocionados: esa fue la primera vez que luchamos por la democracia», relata Natalia, que tenía 25 años en 1991, con una sonrisa en los labios.

Cuando, este año, se termine el verano y las obras se acaben, la roca que recuerda a los tres únicos muertos en el golpe continuará donde está, pequeña y oscura. Y los coches, la gente, Rusia, seguirán circulando a su lado, con prisa. Sin tiempo para girar la vista, sin mirar atrás.